Un río de mala leche



Un río de mala leche

Quienes somos aficionados al cine del “Corona Center” hemos podido disfrutar, como siempre con la sala escasa de público, de una formidable película que una vez más, no sabemos el porqué, pasa sólo unos días proyectándose para desaparecer luego sin dejarnos más pistas... Les hablo de “El Nuevo Mundo”, una historia épica que tiene como protagonistas a campesinos sicilianos, a comienzos del siglo XX, que toman la decisión de emprender la extraordinaria aventura de buscarse la vida al otro lado del océano, en los Estados Unidos de América, en lo que se vino en llamar el Nuevo Mundo...

Podríamos pensar en un argumento que hace del tema migratorio su línea principal. Y es cierto que los países que estaban con un crecimiento económico y productivo extraordinario demandaban mano de obra que, por lógica, venía de las zonas más atrasadas de otros continentes... Hasta ahí todo resulta predecible, es lo que tantas veces se ha repetido a lo largo de la historia, aunque cada pueblo y cada época ha determinado unas características singulares que ha dado a cada uno de estos procesos personalidad histórica propia.

“El Nuevo Mundo” va más allá porque es capaz de captar en lo más profundo del interior de estas personas ese espacio complejo donde conviven las tradiciones y costumbres de los tiempos del campo, las ansias de encontrar nuevas metas, la seguridad del poblado y el atractivo de lo nuevo, el rechazo a lo conocido por ser fuente de penurias y el miedo a otro mundo... Y ese interior de cada cual, en grupo, con el núcleo familiar como factor de cohesión, ha de enfrentarse a una sucesión de controles, a una barrera ideológica y cultural, donde ellos se sienten inferiores...

Lo más simbólico resulta ser una serie de imágenes, algunas en fotos, que muestran zanahorias y cebollas gigantescas, animales domésticos de granja enormes... tal era la capacidad de producir de ese Nuevo Mundo... donde se comentaba que había incluso “ríos de leche”, un auténtico ensueño para quienes vinculaban el liquido materno con la supervivencia vital y la riqueza. Esas fotos y esas quimeras, como el oro, fueron el acicate definitivo para emprender el viaje sin retorno...

En la vida ocurre, igual que en la película, que un día decidimos comenzar una nueva etapa. O bien cuando pasamos de la infancia a la adolescencia, o al formar una pareja, o al encontrar al fin un trabajo... o cuando, hastiados del entorno, de las circunstancias presentes o sencillamente porque hay cosas que se llevan dentro y exigen salida, emprendemos una nueva hoja de ruta en una búsqueda incierta de algo nuevo para vivir la vida más intensamente...

Y en ese salto de una vida a otra, de una etapa a otra, nos encontramos tres espacios bien diferentes: el espacio en el que se vive, el que se quiere superar, el que se rechaza por insatisfactorio... El espacio del futuro, la imagen en foto de la gran zanahoria, el sueño, el riesgo, la aventura... Y, en medio, el espacio que comunica el viejo mundo con el nuevo mundo. Y esta dimensión del problema, el espacio intermedio, el camino, el puente, el proyecto, es, a mi entender una de las claves más importantes que viene a explicarnos el éxito o el infortunio de la meta emprendida, el tiempo necesario para llegar al lugar de la nueva vida, el espacio a ganar para atravesar las dificultades propias de un cambio, la obligada adaptación, incluso el impulso para lanzarse...

En las historias de los cayucos que hemos visto, esas pateras cargadas de inmigrantes, ellos vienen buscando también un nuevo mundo; las zanahorias gigantes las ven en las cadenas de televisión donde salen los anuncios publicitarios... Su proyecto es salir de la hambruna y su impulso es casi ilimitado... El camino intermedio, físicamente hablando, es el estrecho, lleno de corrientes y temporales... Es un río de bastante mala leche, aunque, en sueños, es posible que vean el mar que nos separa como un espacio más de odisea que de muerte...

Un río de leche, de buena leche, es lo que deseamos todos los que queremos cruzar un mundo para pasar a otro mejor, lo llevamos inscrito en la memoria de la infancia. Un río de leche y no una mala tormenta, un temporal inesperado que da un vuelco a nuestra patera y nos envía al fondo de ese mar gélido que mata las esperanzas...





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