Cartas de Reyes

Cartas de Reyes

Todo comenzó con una ingenuidad: “Escribe una carta a los Reyes”. Quién podría pensar que aquella invitación llena de generosidad, por parte de unos buenos padres, sería una pesadilla. Porque, con la mejor de las intenciones, habían desencadenado sin darse cuenta un proceso del que se arrepentirían para siempre. Se había convertido en costumbre y no por casualidad. En realidad, jamás nadie explicó de dónde surgió la idea de que los niños escribiesen una carta a los reyes para pedirles los regalos que preferían. Lo cierto es que las primeras cartas escritas son de tiempos muy recientes y no las escribieron ni los padres ni los hijos, ni por supuesto los propios Reyes... estaban escritas o echadas de antemano para provocar lo que estamos viendo. Esta es la historia...

El niño, llamado infancia, había sido educado para un mundo sin futuro cierto y, por tanto, sólo ansiaba jugar con el presente. La pequeña pantalla de la Play Station era la ventana ideada para descubrir nuevas sensaciones. La otra pantalla, también pequeña, era el estímulo audiovisual de un mundo de colores y música. “Niño escribe una carta a los Reyes Magos de Oriente, vale mamá, qué les digo, pues lo que quieras hijo, lo que tú quieras”...

Lo que tú quieras, claro. En un minuto de vértigo pasaron por las mentes de aquellos padres, llamados pasado y pretérita, un sinfín de imágenes y de manera muy acusada aquellas que rememoraban los tiempos de precariedad y autoritarismo donde poco se podía decir. Ahora tú puedes pedir lo que quieras y no te preocupes que ya veremos cómo te lo conseguimos. Pero quedaron obviadas las causas y las consecuencias. “Escribe una carta”. Y la mano que salía del tubo de imagen, no más allá de las veinticinco pulgadas, suplantó la imaginación que venía atrofiando y en ella ubicó muñequitas de diseño, pistolas con láser y muchos juegos donde las patadas y los golpes, los ruidos y las referencias, se hacían presentes ignorando los valores de otros tiempos.

Aquella carta no podía ser de su niño porque pedía sangre. Pero resultaba imposible decirle ahora, mira hijo, es carbón lo que te han traído. Ni tampoco cambiarle el fusil por una cocinita. No había tiempo para tratar tranquilamente cómo inculcar una dosis de austeridad y de respeto, de responsabilidad y ética. Ya habían ganado la batalla las comidas rápidas y precocinadas, los dulces a media mañana y los zapatos llenos de barro pisoteando las camas. Ya había promocionado todos los cursos llenos de suspensos y estaba en un final escrito atiborrado de faltas de ortografía. Ya habían reinado en su mente los poderosos impulsos de las películas violentas y de los juegos de rol. Ya circulaba con una moto sin tubo de escape por las aceras de la vida. Esa había sido su carta. Aquella que escribió un día porque sus padres, tolerantes y espléndidos, no quisieron comprender que ellos mismos eran los Reyes. Pero cómo es posible, se decían, que un descubrimiento de esa magnitud, sabiendo ya que los reyes son los padres, pueda olvidarse tan fácilmente...

Paradojas de la vida, pues si efectivamente los Reyes son los padres, o, mejor dicho, los Reyes hacen y traen lo que los padres les dicen, es un contrasentido que los Reyes sean los propios hijos. Es absurdo que sean suplantados los personajes de esta forma. Y sin embargo, ahí los tienen ustedes, niños imponiendo aparentemente sus criterios cuando en realidad sólo reproducen esquemas de un mercado que juega sus cartas simplemente buscando el negocio tergiversando la creatividad y permutándola por bajos impulsos. Esas son hoy, en su gran mayoría, las cartas que llegan a los Reyes.

Carnavales

Carnavales

Salimos al paso de aquél RIP, recientemente publicado, en el que alguien se hacía eco de no sabemos qué historia mediante la cual a lo mejor el carnaval de Carmona este año iba a quedar huérfano de padre y madre. Pienso que quien escribió el epitafio lo hizo más bien como revulsivo que como presagio, o sea, que lanzó el bulo para ver qué pasaba. Pues habrá visto que no ha pasado gran cosa, desgraciadamente, aunque, eso sí, en el mundo del carnaval ese artículo sentó bastante mal, pasando su autor a ser conocido como “el enterraor” para más señas, por su precipitado intento de pasar página a una de las fiestas más entrañables de nuestra Ciudad.

Pero no seamos triunfalistas. El Carnaval, progresivamente, va perdiendo peso. La fiesta del carnaval necesita un empuje especial por parte de los carmonenses si no queremos que quede como una reliquia en extinción paulatina, cobrando vida efímeramente en el escenario de un Teatro durante unos días. Las Agrupaciones participantes van a menos. El desfile no acaba de llenar las calles. Los disfraces brillan por su ausencia. ¿Qué hacer?…

Primero, es de vital importancia asumir que el Carnaval es una fiesta popular, es decir, quien la hace es el pueblo. Por mucho que el Ayuntamiento gaste con austeridad o dispendio en esta fiestas, desde el poder no se va a revitalizar esta celebración que nace precisamente desde el pueblo y contra el poder, desde las gentes y contra los cánones morales. Por ello, se hace imprescindible un llamamiento realizado por los propios aficionados al carnaval a todos los carmonenses, para que participen, se disfracen y contribuyan con su entusiasmo a que la fiesta sea un éxito. De lo contrario, irá menguando la sonrisa de la máscara más antigua de la Provincia de Sevilla.

Segundo, el secreto está en el tiempo. Mientras los demás estamos centrados en otros menesteres, llevan meses ensayando grupos de personas, se están diseñando carrozas y escenarios, se plantean discusiones sobre el lugar más adecuado para el desfile o la colocación de la carpa… Paralelamente, deberíamos estar otras tantas personas preparando disfraces, que no se hacen en un día, organizando grupos de amigos o pandillas para formar el jaleo colectivo, las letras mudas, los cantes improvisados y la participación de toda la familia y los amigos en el desfile… Ocurre que, de pronto, nos enteramos que el desfile es mañana, o que el concurso empieza ya y no teníamos preparado nada. Es decir, nos ha cogido el toro.

Tercero, por decir tres cosas solamente, y más importante, debemos tener humor para afrontar la vida, reírnos de nosotros mismos, relativizar los malos humores, hacer de la crítica una melodía desafinada, de la amistad un pasodoble. Aparecer públicamente sin ser conocido para no conocer tampoco a los demás… porque en el fondo ¡qué difícil es conocernos cada cual!, disfrutar de la Ciudad, del Real de la Feria, del Paseo, de la Alameda, de la Plaza de Abastos o de los lugares que sean, porque son nuestros ámbitos de la vida cotidiana y, por casualidades de la vida, tenemos espacios grandiosos de sobra para acoger todas las fiestas que existan…

Pero, sobre todo, si en estos días, a semanas vista, los carmonenses permanecen indiferentes al devenir de su carnaval, si ni siquiera se lo cuentan a sus hijos, si no son capaces ni de coger el traje de la abuela… entonces hemos perdido un trozo de nuestra historia y de nuestra identidad… Y no podremos echarle la culpa a nadie.

Teoría de la conspiración

Teoría de la conspiración

Si analizamos, aunque sea con brevedad, algunos de los episodios políticos de nuestra historia democrática más reciente podríamos concluir que, en muchas ocasiones, el poder constituido acaba siendo desplazado más por los errores propios que por los méritos de la oposición. Decía Karl Popper que la democracia sirve “para quitar al que gobierna” (más que para elegir al que va a gobernar). Recientemente hemos visto cómo el desgaste de un gobierno excesivamente prolongado puede ser la causa principal de su recambio, hablamos lo mismo del caso de Galicia en el plano autonómico que de Utrera en el municipal. Por el contrario, también observamos cómo hay alcaldes y presidentes de comunidades que llevan casi tres décadas gobernando; ahí tenemos Marinaleda o Chaves e Ibarra para ilustrarnos. ¿Cuáles son las causas que motivan el cambio político?, nos preguntamos y, en verdad, no podemos encontrar reglas matemáticas que concluyan con fidelidad una previsión cierta en función de unas variables o parámetros constatados.

Sin embargo, el cambio político, tan necesario como saludable “casi” siempre, tiene unas secuencias que, en general, vienen a repetirse a grandes rasgos. Revoluciones como la francesa de 1789 o la soviética de 1917, igual que la transición democrática en España, se dieron por un cuestionamiento generalizado del sistema existente como consecuencia de crisis políticas y económico-sociales que pusieron de manifiesto la necesidad de un cambio. Sin embargo, y he ahí un detalle de gran importancia, en estos procesos, además del descontento expresado por los “sufrientes directos” de esas crisis, vinieron a sumarse los planteados por una parte de los que convivían con el propio sistema: son las llamadas “revueltas de los privilegiados”, monárquicos que se hicieron republicanos, burgueses que se rebelaron contra su sistema o cachorros del movimiento falangista en España que se aliaron al fin con los demócratas... Es decir, hay “una parte” del poder que contribuye a su desplazamiento para conseguir una nueva situación. Este concepto tiene una base científica, a mi entender, y es que el margen de caos que cada ámbito asociativo, territorial o ideológico tiene, es directamente proporcional a la amplitud que contiene. Es decir, a mayor poder, a más gente implicada, a más organizaciones involucradas, la diversidad interna se acrecienta y el caos es mayor; esta es una de las fuentes de energía y creatividad que las sociedades tienen para crecer y desarrollarse. Esto viene a concluir, en la esfera de lo interno, con algo tan comúnmente conocido que señala que “los peores enemigos son los que están dentro”, o con aquella frase anecdótica que decía “al suelo, que vienen los nuestros”. Hablamos, entonces, de las crisis internas existentes en el ámbito de las sociedades, de las organizaciones y de los propios poderes. Crisis y movimientos internos que sólo son amortiguados o eliminados si sus protagonistas tienen conciencia clara que para su conveniencia particular o para los objetivos generales que persiguen, el resultado final puede empeorarles su propia situación: he ahí la enorme importancia de los múltiples “pesebres” y “cementerios de elefantes” que abundan en las administraciones para recoger a los damnificados y gratificar a los vencedores dentro del propio círculo, evitando así los rencores eternos que tan altas facturas pasan.

La conspiración, pues, es sólo la constatación de que algo se mueve en una organización en la que por diferentes circunstancias se hace necesario un cambio. Las claves de una buena conspiración, al menos, son cinco: 1.- Que haya causas suficientes para hacerla necesaria. 2.- Que haya personas que quieran conspirar. 3.- Que estas personas puedan y sepan hacerlo. 4.- Que, además, estén dispuestos a gestionar posteriormente el cambio conseguido. Y 5.- Que asuman el riesgo de sufrir el cambio en sus propias carnes.

Pedro I

Pedro I y el ilegítimo

La Ciudad de Carmona encuentra su historia vinculada de manera muy especial a Pedro I, Rey de Castilla desde 1350 a 1369, apodado como “El Justiciero”por unos y como “El Cruel” por otros. La tradición popular ha visto en este monarca un rey justiciero, enemigo de los grandes y defensor de los pequeños. El pueblo recelaba de la nobleza por lo que las venganzas del monarca, que recaían por lo general en aquella clase, a menudo fueron percibidas como legítimos actos de justicia. Por ello, el sentimiento popular representó pronto al monarca con el carácter de justiciero.

A fin de fortalecer la autoridad real, Pedro I limitó los privilegios de la nobleza, cuyo malestar no tardó en cristalizar en forma de revuelta en 1353. Sin embargo, la rebelión de la aristocracia castellana, liderada por su hermanastro Enrique de Trastámara, hijo ilegítimo de Alfonso XI, fue rápidamente sofocada por el monarca, gracias al apoyo de la pequeña nobleza, la burguesía urbana y la comunidad judía, sus principales aliados; Pedro no tardó en conseguir que su hermanastro se le sometiera con las mayores muestras de arrepentimiento. Cuentan que en dos ocasiones perdonó la vida a este hermanastro derrotado en sendos enfrentamientos.
Sin embargo, años después, en 1369, resolvió ir en auxilio de la ciudad de Toledo y en el camino halló a su hermanastro, a quien acompañaba el militar y jefe de mercenarios franceses Beltrán Duguesclín y trabaron combate cerca del castillo de Montiel. Sus tropas, compuestas principalmente por moros y judíos, fueron derrotadas. Se encerró en dicha fortaleza, sitiado en ella por su hermanastro. El francés lo condujo a una tienda en la que se hallaron frente a frente Pedro y Enrique. Corrió el uno contra el otro y abrazados cayeron al suelo, quedando encima Pedro; pero Duguesclín, pronunciando las célebres palabras “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”, cogió del pie a Pedro y le puso debajo. Entonces, Enrique apuñaló el cuerpo de su hermanastro, cortándole luego la cabeza, que fue arrojada al camino, y puso su cuerpo entre dos tablas en las almenas del castillo, que se rindió en el mismo día.
Carmona hubo de padecer el asedio del Trastamara y su lealtad a Pedro I fue severa y miserablemente castigada por este ilegítimo representante de una nobleza a la que tuvo que pagar con “mercedes” los favores recibidos. El término de Carmona fue fragmentado y partes del mismo dieron lugar a otros municipios que surgieron como regalos a los nobles que le ayudaron en aquella guerra civil.
Probablemente, si Pedro I no hubiese perdonado la vida en dos ocasiones a su vencido hermanastro, hoy la historia sería diferente. Sin embargo, cuando el Trastamara tuvo la primera ocasión, contando con la cobarde ayuda del mercenario francés, no dudó en asestarle las puñaladas más traperas de ingratitud a quien, con todos sus defectos y grandes que los tenía, reinaba legítimamente Castilla. Probablemente, el perdón de Pedro I dejó abierta la oportunidad de la venganza, alimentada por rencores fuertes e intereses mezquinos de aquellos nobles. La política de alianzas establecida con la comunidad judía, la pequeña nobleza y los comerciantes, en detrimento de la aristocracia, estaban perfilando un cambio que de culminarse hubiese tenido quizás consecuencias históricas para Castilla y para el mundo. La ambición de un ilegítimo pudo más y el curso de la historia tomó un derrotero que hoy nos hace pensar en las funestas consecuencias de las traiciones; en el caso de Carmona, salimos perdiendo. Esperando estamos aún que la Junta de Andalucía resuelva sobre la pretensión de anexionarse cinco mil hectáreas de Carmona por parte de El Viso del Alcor. Este municipio surgió precisamente en 1444 tras una de estas “mercedes” de Enrique de Trastamara.








El Carnaval prohibido



El Carnaval prohibido

En esta semana del carnaval de Carmona, tras el concurso en el Teatro Cerezo y pendientes ya del desfile final, volvemos a tomar la palabra para dejar argumento y razón en apoyo de una fiesta de la que siempre se anuncia su agonía o su muerte y que, sin embargo, cada año resucita con un suspiro de alegría. Quizás repasando el libro de Lería y Eslava “de libertad incurable”, podamos comprender un poco mejor el porqué de una fiesta de hondas raíces humanas e históricas.

Hay tres ideas, o tres cosas, que de manera reiterada aparecen en bandos de alcaldes prohibicionistas, homilías de cardenales conservadores o en dictados de poderes absolutos, cuando tratan en vano de finiquitar el carnaval. Son tres conceptos de grado superior a la hora de justificar esta felonía contra la libertad. Son tres líneas de actuación que, no solamente en el carnaval sino ante la vida misma, cobran significado especial cuando se trata de examinar y controlar el comportamiento humano.

Uno es la máscara. La prohibición del disfraz, la negativa a la posibilidad de elegir el propio rostro. De una parte, por criterios llamados de seguridad y orden público, en muchos periodos se justificaba tal exigencia en base a que el anonimato era fuente de impunidad para aquellos que pretendían cometer un delito. Sin embargo, de otra parte, frente a este argumento, otro trasluce la verdadera intención: Es la propia inseguridad la que provoca en el poder la necesidad de identificar al adversario. Es el escándalo personal el que se reprime al comprobar que la máscara no es tanto un instrumento para ocultarse como una prenda para expresarse. Y entonces adivinamos en el vértigo del inconsciente los innumerables “yoes” de cada persona, cada uno de ellos con una máscara, con un rostro tan auténtico como el que llevamos por la mañana camino del trabajo o hacia ninguna parte.

Otro es el baile. Origen de lascivas tentaciones que han provocado tantas represiones a lo largo de la historia. Ese negocio llamado pecado hizo su agosto con las suaves formas que la danza ofrece expresando el sentimiento con el mismo cuerpo. Ay cuerpo maldito, rosa y amarillo, cuando se deja llevar por el ritmo de la música, o simplemente cuando conecta con otro que le acompaña. Ay cuerpos cuando bailan! No, no es el baile, es el mismo cuerpo el que queda prohibido en esta sinrazón de la censura que deja el alma hecha piedra por la imposición. Es el miedo, también, al movimiento, al roce, a la insinuación, a la sugerencia. Es, realmente, la quietud indiferente y perdida de la muerte la que surge y manda en estas negativas.

Y otro es la palabra. Lo que se dice, las letras de las canciones. Pero no son las letras ni las palabras. En realidad, la causa de la prohibición es la interpretación de los contenidos que hace el que prohíbe. En ocasiones, frases que encierran varios significados a la vez surgen en la literatura crítica, más en tiempos de prohibiciones, para colocar al censurador ante la disyuntiva de quedar delatado por un significado que le afecta personalmente, “el que se pica ajos come” se dice.

Pues bien, si estas tres cosas, mil veces vetadas, la máscara, el baile y la crítica, son la esencia del que prohíbe, son también, a su vez, la esencia o la vida del propio carnaval. Dicho de otro modo, los que apoyan el carnaval debieran impulsar los espacios y los recursos que permitan la máscara, el disfraz, el baile, la música y la crítica... Y esto, donde puede crecer y expandirse es sobre todo en la calle, en la calle.








Cine y futuro

Cine y futuro

En estos días, Carmona ha sido sede de un festival de cine. Quizás, en vez de “carmonafilmfest”, le debían haber llamado sencillamente festival de cine, pero vete a saber los motivos para bautizarlo con tan rebuscado nombre. Más interesante, eso sí, han salido sus apellidos “documentales de arqueología y patrimonio”, porque pocos habrá que así se llamen y se realicen en ciudades como la nuestra. Pero eso tampoco me importa mucho. Más me estimulan otras interrogantes: ¿otra actividad? ¿otro proyecto?. Porque si se trata de una actividad simplemente, es decir, proyectar unas películas, unos cortos o unos documentales, pues bien, pero eso lo podemos hacer todos los fines de semana…

He asistido al festival en la medida que otras ocupaciones me lo han permitido. No sabía que Pancho Villa había firmado una exclusiva de cine para difundir su revolución, ¡un adelantado!. Me ha hecho reflexionar profundamente ver cómo un niño “inocente” contemplaba morir a un amigo suyo, con el alma fría del futuro psicópata. O cómo, en un patio, una maceta cualquiera hacía justicia sobre la cabeza de un especulador. Muy interesante la denuncia de la destrucción del casco histórico de Bucarest. Ha sido espectacular ver los montajes y mentiras de la guerra de Irak, del golpe de estado en Venezuela, o de la vida cotidiana inmersa en el miedo y la violencia de la gran América. Y verdaderamente impresionante el “sueño de una mujer despierta”, alegato contra el maltrato.

He visto, como todos, en los periódicos o en la Televisión, a Carmen Sevilla, a Romero Marchent y también a personas de Jordania, Alemania, México, Venezuela, Italia, Perú… ¡Cada vez somos más cosmopolitas, patrimonio de todos, esto es de la Humanidad!.

Pero lo que más me ha sorprendido, ha sido ver a los niños delante de una enorme pantalla disfrutando con el cine mudo alemán de Karl Valentin. Estos niños nuestros, próximos mozalbetes que reivindicarán su moto para circular por nuestras calles, con tantos dibujos animados japoneses, juegos de video mortales, y películas de violencia a sus espaldas. Niños que, entre ellos seguramente algunos habrá, al conectar con otro mundo de imágenes y de gestos, de creatividad y expresión, de risa y de nostalgias, sin colorines ni efectos especiales; al entrar en otra dimensión sin gritos ni ruidos estridentes, es posible que hayan sentido en su interior el liviano peso de una semilla, llamada arte, que algún día al florecer, permitirá otra sensibilidad y otra comprensión de la vida, lejana de la guerra y de las agresiones, diferente a la consabida de la competitividad y del impacto. Esos niños puede que, mañana, recuerden el festival como un día distinto, para un concepto distinto también del cine.

Y entonces, Carmona, ciudad del cine, plató natural para directores y artistas, podrá recordar igualmente que inició un proyecto, realmente de película, con un argumento plagado de las mejores intenciones y unos actores, los propios carmonenses, que lograron por la vía de la ficción conseguir lo que la cruda realidad cotidiana de las porras y de las multas no había conseguido. ¡Maravilloso guión!.

Génesis del descontento



Génesis del descontento

Con frecuencia observamos el descontento latente de mucha gente, a pesar de que en apariencia han tenido bastante suerte en esta vida. También, por el contrario, vemos a personas que viven muy estrechamente y parecen ser casi felices. En resumen, hay quienes no se conforman con nada y quienes están conformes con todo.

Siguiendo este símil, hay ciudades que llevan un trajín diario de actividad y avance porque aspiran a superarse y se les nota pujantes, disconformes con las limitaciones propias y prestas a embarcarse en proyectos de futuro. Otras, sin embargo, parecen dormidas y resignadas, contemplando cómo pasa el tiempo y esperando que la fortuna les caiga del cielo. ¿Con cuál de los dos arquetipos se queda usted a la hora de valorar a nuestra Ciudad de Carmona?…

Evidentemente, una Ciudad no es una persona. Y no podemos encasillar una sociedad entera en un perfil definido. Pero, sociológicamente, las dinámicas del conjunto dan una personalidad global que sí caracteriza una comunidad, aunque ésta sea plural y diversa. Así, por ejemplo, El Viso del Alcor, presionado por la escasez de su territorio, generó una cultura comercial, de buscavidas, que le da una singularidad. Otras ciudades, muy distantes de la capital, hubieron de propiciar su oferta interna de bienes y servicios para satisfacer a sus ciudadanos que no podían trasladarse a la metrópoli para realizar sus compras. En cambio, Carmona, poseedora de un término tan enorme repartido entre pocas manos, parece que esperaba desarrollarse a partir de su propia despensa sin darse cuenta de que la historia se escribe caminando, o sea, con el empeño y afán propios.

Quien más valora lo que tiene es quien más esfuerzo ha hecho por conseguirlo. Si Carmona concibe su valor en el legado cultural recibido, pero no en su propia capacidad para desarrollarlo, Carmona no llegará a ninguna parte. Si hubo un tiempo en el que los grandes propietarios del negocio del transporte con bestias consiguieron evitar que el ferrocarril pasara por Carmona, es posible que los actuales propietarios de administrar la miseria permanente de la falta de iniciativa consigan igualmente que otros trenes pasen lejos de Carmona. Esa es la gran batalla silenciosa que se libra en nuestra Ciudad, sin que nos demos cuenta que cada día hay un pulso entre el pasado y el futuro. El pasado, mientras más glorioso peor, nos atrae fatalmente a la nostalgia y el tiempo deja de existir como valor potencial para convertirse en testimonio de un recuerdo heredado, es decir, un eco de una vida perdida, una parálisis del ser. Quienes juegan con ese sentimiento, abrazando esa apatía como forma de instalarse en la comodidad, asegurándose la inercia de las actitudes y de los votos, están traicionando el futuro de la Ciudad, a base de alimentar una autocomplacencia tan corta de miras como escasa de resultados reales. Así, nunca llegará el día en el que Carmona tenga como alcalde un carmonense; y esto, aunque parezca un concepto excluyente, lo único que quiere decir es que hay que despertar una conciencia diferente de implicación que supere los cotilleos de los aledaños del teatro Cerezo y del Paseo del Estatuto para dar cabida simplemente a la razón y al compromiso con el futuro.

Pero ganarse el futuro es muy diferente. Se trata de arriesgar parte de lo que se tiene en el presente para conseguir un cambio, o lo que es lo mismo, se trata de convertir el descontento en creatividad. Porque, fíjense que paradoja, el descontento en Carmona surge también como expresión de incomodidad ante los cambios; muchas personas desean seguir como estaban, aún reconociendo sus deficiencias, antes que percibir las molestias que cualquier evolución plantea. Y, así, cualquier cosa que se haga será objeto de una crítica simplemente porque modifica la situación anterior a la que se habían adaptado resignadamente durante años. Quienes se hacen cómplices de esta actitud retardataria, que en el fondo propone un estancamiento perpetuo de la Ciudad, también son protagonistas del cortejo fúnebre de sus propias ideas, vayan éstas revestidas como sea.

El descontento no creativo se hace rémora de la iniciativa y del progreso. Es el no ofuscado que se repite tan monótono como falto de contenido. Quien más actúe más se equivocará, por lógica natural; por tanto, si queremos avanzar más predispuestos hemos de estar a asumir errores, porque sólo caminando se hace camino. El descontento no puede servir para alimentar el conformismo, de lo contrario la espiral no terminará nunca, pues si andamos descontentos por la situación que vivimos y, al mismo tiempo, también estamos descontentos si intentamos cambiarla, nunca vamos a estar contentos de verdad, lo que es, en términos vitales, una auténtica tragedia.









Caras y carteles


Caras y carteles


Es posible que, al final, todo quede reducido a una cara en un cartel. Entonces, habremos de procurar la mejor cara, el mejor cartel, en el mejor lugar… Pero tengo para mí que cuando los ciudadanos ven una cara aprecian más que una foto, aunque esté en el mejor cartel y en el mejor lugar.

Una cara es un conjunto vivo, no es una lámina pintada. Cuando se mira la foto, se ve la cara, y, además, la trayectoria, los hechos y hasta las intenciones. Por eso es absurdo basar en un lugar o en un cartel la confianza de los ciudadanos y, al mismo tiempo, también es importante el cartel pues hay que saber quién es el sujeto que nos reclama su voto; ya nos encargaremos nosotros de despojarle del maquillaje y de los elementos artificiales o farisaicos que compusieron su gesto al posar. Quiero decir, pues, que un cartel es importante también por lo que no se ve, por lo que no muestra y que nosotros adivinamos porque preguntamos o sabemos del personaje fuera del cartel, esto es, de su vida misma y de sus realidades desnudas.

En Carmona, comenzada la campaña electoral, ya tenemos los carteles en exposición. Es cierto que algunos llevan meses, incluso circulando por las calles. Más cierto es que sus rostros, en algunos casos, llevan años haciendo acto de presencia. Sea en farolas o colgados en cables de sevillana, cuando los vemos al pasar los reconocemos y pensamos que esos dirigentes pueden ser buenos alcaldes o llevar Carmona al desastre. Y esa oportunidad es única, lo que hagamos con nuestro voto es responsabilidad nuestra y luego no vale quejarse. Uno de esos carteles será el rostro que gobierne la ciudad, que aparezca en los actos públicos, presidiendo los plenos, representando Carmona en el mundo y atendiendo las múltiples problemáticas que tenemos cada día. Una de esas fotos, pero ya de carne y hueso, bajará de la farola o del cable eléctrico para aterrizar en el sillón de la alcaldía y ahí ya no vale la postura hierática, congelada o de sonrisa permanente del cartel, ahí hemos de ver la mirada real, la capacidad, el temple, la dedicación, la imaginación, la paciencia, la honradez, la resistencia y otras múltiples cualidades que exigimos a nuestros gobernantes.

Por eso, al ver estos días los carteles que nos saludan, bamboleados por el viento pero fijados a sus colgaduras, como si con esa sonrisa permanente y con ese movimiento pendular nos llamasen a la complicidad del voto, al verlos así, tan distantes y cercanos al mismo tiempo, podemos caer en la tentación de considerarlos con esa simpatía inocente que nos sugieren los farolillos de las casetas de feria, sin darnos cuenta que esos paneles o cartulinas que están sobre nuestras cabezas pueden ser tan efímeros como las hojas del otoño, dispersadas por el viento, o tan mortales como finas cuchillas que se atraviesen por nuestro cuello, decapitando muchas de las esperanzas que alimentan nuestras mentes o muchas de las posibilidades futuras que tiene nuestra Ciudad. Y esta metáfora que parece una exageración puede tener su dimensión real cuando recordamos, por ejemplo, cuál fue el cartel que dispuso la construcción del edificio de la Plaza de San Fernando que guillotinó la coherencia su conjunto monumental; o cuál sería la foto representativa del responsable de un cable de alta tensión atravesando una barriada, serrando su expansión. O de dónde colgaría la foto de aquél que por su inoperancia cortó las posibilidades de desarrollo económico, permitiendo que empresas o industrias se alejasen de Carmona para ubicarse en otros lugares… Estoy seguro de que ya no recordaremos sus carteles, pero sí sus rostros. Esta es la línea argumental: el cartel pasó, pero queda el rostro real, la persona. Y, por tanto, en cualquier campaña, bienvenidos sean los carteles que nos recuerdan aumentados de tamaño que la decisión que tomemos con nuestro voto, con el tiempo, nos será devuelta también aumentada de tamaño en forma de realidad, a veces, y esto es lo peor, irreversible, sin posibilidad de recuperar lo perdido. Pensemos que esos carteles nos están diciendo ya que son sólo de papel y miremos, mejor que la simbología y el colorido que irá desvaneciéndose con los días, los rostros de carne y hueso, quizás menos agraciados y sin maquillaje, más ásperos y menos sonrientes que los del cartel, pero más auténticos. Y mirándolos como son de verdad, decidamos.










Las groseras mentiras

Las groseras mentiras

Ha comenzado el candidato del PP su campaña en Carmona disparando como Billy el Niño, a todo lo que se mueve. Es el acto reflejo propio de la inmadurez política, del miedo que surge de la inseguridad personal. En las diatribas publicitadas para la lectura del vecindario no tiene recato en utilizar los insultos más soeces contra el alcalde, seguramente porque carece de argumentos. Y, cómo no, las mentiras más groseras con tal de, iluso él, desgastar al adversario con el arma del infundio. Porque esos procedimientos chocarreros acaban irremediablemente dañando a quienes los utilizan.

Pongamos unas muestras, lean: “... nuestro alcalde lleva tres años largos de legislatura... ninguneando, vejando y hundiendo a los jóvenes de Carmona...” Perfecto, expresiones utilizadas por el candidato del PP para referirse lógicamente a los programas de formación y empleo, escuelas taller y a los empleos generados en el polígono industrial. O a las instalaciones deportivas o educativas que el ayuntamiento ha conseguido realizar, a pesar de las dificultades que todos conocemos. Es el reflejo de la educación obtenida y tan bien descrita en esa obra de teatro, “el florido pensil”, la que termina provocando estas anormales expresiones que, desgraciadamente, han de soportar los demás con la mayor de las paciencias. Ocultando, al mismo tiempo, las auténticas causas que están detrás de la problemática del desempleo, la precariedad y la falta de perspectivas que tiene la juventud... ya lo dijimos.

Resulta que un periodista ha venido también a exagerar los datos obtenidos por un estudio realizado por el ayuntamiento para prevenir los factores de riesgo de las enfermedades del corazón. Y han salido titulares excesivamente llamativos que hasta rozan la incredulidad misma... “Carmona, un pueblo entero a dieta porque tiene los niños más gordos de España”... Y, a pesar de que tanto el alcalde como el mismo equipo de cardiólogos que ha realizado la investigación sobre los datos obtenidos en tal estudio han aclarado una y otra vez, ante todos los medios de comunicación que refirieron la noticia, que dichos datos reflejan unas tasas prácticamente normales de nuestros niños en comparación con los de otras regiones, a pesar de todo eso... ¿saben ustedes qué expresiones aparecen y son utilizadas por este candidato del PP?, estas: “...ya conocemos todos el afán del alcalde por darse publicidad, por salir en televisión o en prensa aunque sea para decir que tenemos los niños más gordos...” O sea, justamente lo contrario de la verdad, es decir, una grosera mentira. A ver dónde hay una sola declaración del alcalde o del equipo de cardiólogos diciendo que en Carmona están los niños más gordos... Atribuir lo dicho equivocadamente por otro a una tercera persona con el afán exclusivo de dañarle o perjudicarle ¿cómo se llama? ¿Se llama por casualidad ética? ¿Se llama por casualidad honestidad?.

Y esas son las cosas que justifican luego la politiquería barata, la de la voz rumorosa o plagada de rumorología, la que termina desilusionando a la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas que están hartos de oír tantas mentiras. Ya están cansados de soportar la vanidad personal de aquellos que por llamar la atención a costa de lo que sea, terminan crispando y envileciendo las relaciones sociales. No podemos permitir que la política bien entendida, es decir, la actividad humana que tiene una perspectiva comunitaria o para la ciudad, sea sustituida por la basura en la creencia de que “ensucia que algo queda”.

Y es que, al final, se impone la razón y quedan como efímeras esas apreciaciones de mal gusto basadas exclusivamente en las descalificaciones sin más. La política, y más aún en ciudades donde todos nos conocemos, requiere por quienes la practican al menos una dosis de respeto y de ética que en este inicio de campaña no se aprecian en el candidato del PP. La guerra sucia no se justifica, ni siquiera con el fin legítimo de descabalgar al adversario en la competición.

Porque hay dos motivos muy sencillos que pueden servir incluso como consejos: Uno, que en el camino todos nos encontramos y difícilmente quien siembra tormenta no recoge tempestades. Y dos, que si golpeamos y volvemos a golpear, aunque sea semánticamente, luego no podemos quejarnos de recibir la alícuota respuesta a lo que hemos provocado.






















Paso al Peatón

Paso al Peatón

Hemos tenido en estos días una leve polémica por la peatonalización de una parte de la Plaza del Palenque. El Ayuntamiento, más bien su gobierno municipal pues la oposición ha estado falta de reflejos como si estuviera a verlas venir, ha tomado la iniciativa de presentar Carmona ante la UNESCO como Ciudad Patrimonio de la Humanidad con todas las consecuencias, es decir, quiere ir más allá de la simple solicitud a los organismos correspondientes y ha considerado esencial comenzar dando ejemplo en la propia casa para demostrar que el proyecto conlleva además un compromiso institucional y social en todas sus dimensiones urbanísticas, de conservación y rehabilitación de su patrimonio y de primacía de lo cultural sobre otras cuestiones enfrentadas como, por ejemplo, el tráfico… Por cierto, ha sido una sorpresa ver a la Delegada de Cultura de la Junta de Andalucía en el acto de presentación del Foro “Carmona Patrimonio de la Humanidad”, así como las declaraciones del alcalde donde manifiesta el apoyo y la felicitación del propio Presidente D. Manuel Chaves a esta propuesta, lo que habremos de entender como una superación de las presuntas reticencias que decían que la Consejera de Cultura había manifestado a nuestra candidatura.

Pero continuando con el tema, y dejando a un lado la enorme difusión que en los medios ha tenido Carmona por su apuesta así como las adhesiones de enorme valía que se están produciendo, quisiera hacer un planteamiento austero sobre el tema de la peatonalización, con declaración o no de la UNESCO. O sea, sobre el peatón. Cuando vamos en nuestro vehículo, el peatón es ese individuo molesto que tiene la temeridad de cruzar la calle justo en el momento más inoportuno y peligroso. A veces, incluso, tiene el enorme descaro de menospreciar su propia vida, siendo nosotros precisamente los que hemos de evitarle un atropello que provocadoramente viene buscando. Ese peatón no comprende que pagamos el impuesto de circulación de vehículos para ejercer un derecho que no es otro que llegar al lugar que buscamos lo más cerca posible, si fuese factible hasta dentro de la propia tienda o del bar al que nos dirigimos. Cuando vamos caminando, sin embargo, vemos al conductor como un ser endemoniado que se siente el dueño de la calle, sin respetar ni las señales existentes ni las circunstancias propias de los ancianos o de los niños que concurren por la vía pública. Vía pública, por cierto, que se hizo antes para las personas, después (o al mismo tiempo) para los animales y, finalmente, para los automóviles; no confundamos, por favor, quiénes llegaron primero…

Evidentemente, hay muchos intereses y ha de buscarse un equilibrio. Los ciudadanos esperan que se tengan en cuenta todas las opiniones. Sin embargo, nadie pone limitación al número de vehículos que una ciudad puede soportar realmente en función de sus dimensiones. Es decir, hay que tomar decisiones, porque la espiral ascendente del parque de automóviles es interminable. Y, por pura lógica, ha de llegar un momento en el que físicamente no quepan más coches. Pues bien, ese momento prácticamente ha llegado ya.

Todos somos al mismo tiempo peatones y conductores; si no todos, la mayoría. Tenemos esa doble alma, esa doble personalidad que nos empuja a comportamientos contradictorios. Por eso, en este debate, que será recurrente, tendremos que preguntarnos: ¿Qué modelo de ciudad queremos?, ¿preferimos la ciudad densa, cargada de vehículos, o estamos dispuestos a sacrificar un poco de nuestra parte y caminar algunos minutos?









Olavide en Carmona

Olavide en Carmona

Habíamos dejado a Balboa, tras sus famosas andanadas contra la escultura y contra el PGOU, negándose al geriátrico de TerraMagna, iniciada su campaña como Rey en Guadajoz y, finalmente, elegido para candidato entre la polémica y la frustración de los llamados renovadores. Lo habíamos dejado con esos pelos, cuando, de pronto, inexplicablemente, sin decir por qué, ha cambiado su mensaje electoral y ha pasado de “Bueno para Carmona” a otro lema, precisamente el utilizado para su campaña interna por su contrincante Agustín Guisado, “Otra forma de ser, otra forma de hacer las cosas” … y aparece maquillado salvajemente con mantequilla más que con cremas en un cartel, en mangas de camisa, mostrando su brazo sin reloj, como quien ha perdido el norte y no sabe ni el día ni la hora… Los carmonenses se regocijan con el espectáculo.

Habíamos vislumbrado la cabeza de lista del PP, Mª José Rodríguez Gavira, mirando al cielo por no ver los cadáveres políticos del PP, aquellos tránsfugas de antaño, los sucesivos presidentes dimitidos y las gestoras desmanteladas, y en ese éxtasis de contemplación mortuorio-política, con la guerra al fondo como argumento insostenible, buscando sus acompañantes de lista, que la suerte les acompañe… Y los carmonenses sin mostrar interés en enterarse.

Habíamos contemplado al candidato del PA, acompañado de una pléyade de visueños, justo cuando ya hasta la Junta está descalificando la apropiación del término de Carmona que estos colinderos pretenden, explicar sus teorías políticas, pero sin mostrar sus prácticas urbanísticas ni sus pretensiones reales… Y los carmonenses indiferentes.

Y habíamos percibido esa aproximación al límite de los plazos con Sebastián deshojando una margarita que, a vista de todos, ya está más que deshojada, o sea, que tiene que presentarse por más vueltas que quiera darle al tema… y aún no sabemos sus compañías cuales serán, a ver si entre el zoo y los pregoneros del carnaval vamos a llevarnos alguna sorpresa más, a la vista del panorama tan aburrido que tenemos en la política local. Y los carmonenses animándole a caminar hacia el precipicio.

Y en esto llega Olavide a Carmona.

Olavide pasó seguramente muchas veces por aquí y no dejó huellas sustanciales de relevancia ni escritos o comentarios sobre esta Ciudad. Quizás pasó de largo y no quiso entrar en profundidades, o quizás sus misiones estaban más destinadas a sembrar futuros pueblos con asentamientos formados por propios y extraños que a meter las narices en ciudades consolidadas donde la Inquisición ya tenía el control de la población bastante desarrollado. Es posible que el entramado social y de poder existente fueran razones más que suficientes para que Olavide intuyese que era más práctico dedicar el tiempo a la colonización de la Sierra Morena que a observar el sin fin de batallas perdidas desde el promontorio del Picacho. Y que, por ello, delegara o confiara ciertas cuestiones relevantes en el carmonense, beneficiado de San Bartolomé, Cándido María Trigueros.
Olavide traía en cartera muchos proyectos que fueron germen de realidades actuales y que en aquellos tiempos seguramente fueron considerados tan irreales para algunos como provocadores para otros. Pero lo cierto y verdad es que fue “un hombre que intentó renovar su país de acuerdo con las nuevas ideas y a quien la Inquisición, símbolo de oscurantismo, condenó por ello”. Un hombre que “se rebeló contra las supersticiones, contra las manifestaciones irracionales del culto, contra la hipocresía de muchos creyentes, contra la corrupción e inmoralidad del clero, pero que albergaba en su alma sentimientos religiosos muy profundos” Llegó a decir: “aun cuando fuera posible demostrar que no existe ninguna religión revelada, sería menester respetar el Evangelio como el mejor libro que ha caído en las manos de los hombres.” Y escribió : “Yo, Señor, cantaré tus alabanzas,/Y te consagraré de cada día/ La primera hora, para dar las gracias/ A tus misericordias infinitas…” Y sin embargo, por leer a Voltaire, por mantener la capacidad crítica, por comprometerse con la realidad para transformarla, fue declarado hereje y condenado a confiscación de bienes, inhabilitación para el ejercicio de cargos públicos, destierro perpetuo de la Corte y ocho años de reclusión en un convento...
Hoy son otros tiempos… Pero persisten, de otra manera, otros poderes intocables, quizás más que la religión, el dinero, la inercia de las cosas, el clientelismo de los votos o las cadenas de televisión. Y quizás Olavide, en Carmona, traiga aquel vendaval de regeneración ilustrada que pasó por aquí sin pararse y que dejó nuestra Ciudad tan anclada en el pasado por tantos siglos… Me lo imagino hoy, en Casa Amparo, tomando el último ron de la noche, dialogando y haciendo propuestas para transformar Carmona; recitando aquel poema de Trigueros en los Menestrales: “No hay más noble que el que es buen ciudadano/ y el que más útil es, es el más noble…”. Espero que nuestra inquisición particular no lo vuelva a condenar, como a tantos otros.

Limpiando culos

Las hermanitas de nuestros abuelos

Cuarenta y tres años llevan en Carmona las Hermanitas de los Ancianos Desamparados ejerciendo su compromiso religioso en el Asilo de la Santa Caridad. Son muchas personas las que han sido testigos de una labor callada, ajena a la propaganda del estado del bienestar, consistente en algo tan cotidiano como asistir a los ancianos. En esas décadas, independientemente del color del gobierno local o del estado, una serie de monjas han vivido el desgaste humano que supone esa relación elemental con una población llena de carencias y desprovista casi siempre de autonomía personal. Y en verdad ese gigantesco trasiego de cuidados ha pasado casi desapercibido.

Ahora, con un sigilo que alarma a las conciencias, están haciendo las maletas para irse de Carmona. Han quedado menos para tanta tarea y están reagrupando sus efectivos. El anonimato cubre el rostro de la indiferencia tantas veces que no sabemos si es la ignorancia o la indolencia lo que domina nuestros actos; la ingratitud se convierte así en la dueña de los adioses. Por eso, en estos días en los que van menguando las monjas de Santa Teresa de Jornet en Carmona, como un atardecer que concluirá sin despedida, convendría decir cuatro cosas al respecto.

“Parientes y trastos viejos, pocos y lejos”, sería la primera. Así es como nuestro refranero viene a sentenciar la verdadera intención que subyace en la mayoría de los seres humanos de nuestro tiempo a la hora de mostrar el cuidado que quisiéramos dar a los ancianos. En la medida que crece la insolidaridad y se hacen más patentes los valores del individualismo y la competitividad, los seres más vulnerables van siendo relegados a espacios marginales. Mientras otras culturas consagran el valor de la ancianidad, la nuestra ha generado un sistema de protección que va deshumanizándose progresivamente. En estos tiempos, además, el envejecimiento ha aumentado progresivamente gracias a los avances de la ciencia y a la calidad de vida en esta parte del mundo; pero, paradójicamente, ese incremento ha añadido un nuevo factor que proyecta más aún esa deshumanización, es la masificación de los centros, el menor número de hijos que antaño, las mayores posibilidades terapéuticas y el consecuente abuso tecnológico que a veces se ensaña con las criaturas para prolongar inútilmente sus vidas. Y, en cambio, sin lazos familiares ni obligaciones institucionales, ahí están esas manos tendidas que llevan la cuchara o la manopla del norte al sur del sufrido cuerpo. Es el primer mérito social: situarse precisamente en el campo de los necesitados, de los indefensos.

Segunda cosa. Podremos creer en los santos o en los espíritus, en las imágenes divinizadas, incluso en Dios o en la nada, es libre el pensamiento y la libertad es un bien irrenunciable. Pero ¿quién conoce el olor del vómito, del sudor, de las heces? Podremos hacer un esfuerzo por ser amables con todo el mundo, pero cuando abierta la entrepierna nos llega hasta el centro del olfato el hedor más nauseabundo de la misma mierda, cuando lo más intimo se muestra así tan desnudo y lleno de la miseria que conforma nuestro ser, cuando apreciamos nuestra incapacidad para reconocer nuestras propias debilidades, cuando efectivamente ya nos damos cuenta que tarde o temprano no seremos nadie... entonces quizás seamos más personas simplemente porque recibimos la bendición y el frescor de la higiene corporal. He ahí la fortaleza más consistente: la que es capaz de hundirse en el barro humano desde la libre convicción.

Un tercer pensamiento. Igual que en la bajamar descubrimos miles de objetos que llegaron a la costa escupidos desde el vientre del océano, en los geriátricos, en los asilos, no sólo hay viejos. Hay mucho más. Hay un mundo de silencios y olvidos, de postreras desgracias y de agravios finiquitados que sitúan la atmósfera del ser en el último borde de la existencia. Hay una palabra llamada imposible que resuena ante los lamentos. Hay un tatuaje con el nombre de soledad grabado en la retina de los ojos que arrastran miradas perdidas. Hay una penumbra espesa que duerme dentro de cada sueño. He ahí el reto más duro: el desgaste del vértigo cotidiano que viene ante cada fracaso, vestido de féretro o simplemente de ausencia.

Y como son cuatro cosas, igual que cuatro las sevillanas y los puntos cardinales, la cuarta es así de sencilla: Gracias, hermanas.
















































































Violencia de género

Violencia de género

En estos días asistimos a la denuncia colectiva, reiterada y consistente, de la violencia llamada doméstica; o sea, la que ejercen con los malos tratos o las agresiones mayormente los hombres hacia las mujeres. Han sido cerca de 70 mujeres víctimas en lo que va de año, más que cualquier plaga terrorista. La palabra doméstica encierra una paradoja en su significado que puede reducir la dimensión real del problema, pues también existe la misma violencia en el trabajo o en la calle. Sin embargo, al poner el énfasis precisamente en el ámbito más estricto del hogar, que es donde más silencios y complicidades se dan para ocultar esta auténtica epidemia, se está llamando la atención especialmente a quienes, para argumentar o justificar las denuncias que no llegan a formularse, acuden a la privacidad o a la intimidad como marco de relaciones que no deben ser objeto de intromisión pública. Gran error. Cerca del 70 por ciento de las fallecidas por este tipo de violencia no llegaron, previamente, a denunciar los malos tratos recibidos. Estamos ante la punta del iceberg, sólo ante un porcentaje mínimo de la realidad. Por ello, son necesarios todos los esfuerzos, personales y públicos, para erradicar esta situación injusta e intolerable. Y por eso, desde las administraciones, han de mejorarse los procedimientos de atención e intervención, agilizándose las órdenes de alejamiento de los maltratadores, personándose en su caso como acusaciones públicas, disponiendo de recursos para la acogida, el asesoramiento y el apoyo a las víctimas, facilitándoles medios suficientes para que ellas no se encuentren en ese desamparo, en esa soledad y en esa angustia que se convierten en causa de desistimiento de las denuncias.

Los hombres, por su parte, han de pasar de la postura que la mayoría tienen de simples espectadores ante este problema, a la de defensores activos de las políticas de igualdad. Junto a una mujer maltratada puede estar cerca un hombre no precisamente maltratador: su padre, su hermano, su amigo… También deben denunciar. Los hombres no deben sentirse invadidos en sus dominios o perjudicados sus intereses por políticas de igualdad que han conquistado las mujeres. Antes al contrario, deben gozar de esas inmensas posibilidades que la igualdad ofrece a todo el que las conquista y está dispuesto a compartirlas. Así se hizo la revolución sexual para uso y disfrute de millones de personas.

La violencia es la expresión más dura del fracaso en el diálogo y en la comunicación entre las personas, de la incapacidad para controlar las propias emociones y de la falta de respeto a los derechos de los demás. Hoy se extiende a todos los ámbitos sociales de una manera más o menos evidente. Crispación, conflicto y, al final, violencia… en las aulas, en los actos vandálicos en las calles, entre compañeros… entre países. Contra la violencia, los mejores antídotos son la tolerancia, la educación en la igualdad, la convivencia pacifica y también, por qué no decirlo, la capacidad de relativizar un poco los problemas que nos angustian, quitando vísceras a los planteamientos. Contra esa violencia doméstica, también, hay que quitar bastante alcohol del consumo diario, para que la mente se despeje y no quede cegada. Y contra la violencia global, también, hace falta más justicia y menos desigualdades.

Pero, ante la violencia de género, como hecho cierto, como realidad palpable, hay que denunciar. Es la mejor manera de ser solidarios con nosotros mismos.









El Viso nos quiso

El Viso nos quiso

Voy a comentar una de las cosas que no se han dicho cuando ha surgido el debate sobre los deseos del Viso del Alcor de adjudicarse cinco mil hectáreas del término de Carmona, y que, a mi juicio, es quizás la más importante. Y es la más importante porque explica, aunque sea desde la sociología profunda que mueve a los pueblos, las razones reales de esa pretensión, la extensión solicitada y las claves para sugerir salidas de futuro.

Repasando algunas notas sobre el acuerdo municipal que origina esta reclamación aparece algo sorprendente, dentro de los antecedentes históricos que pretenden justificarla. Y cito textualmente:

“… en la Sesión Plenaria del 15 de enero de 1972, se da lectura de una carta del Alcalde de Mairena del Alcor, donde certifica el acuerdo adoptado por aquel Ayuntamiento en relación a la propuesta de fusión de los dos municipios. Se reconoce que es de preveer la unión en el futuro, pero no obstante parece conveniente y necesario realizar una paciente labor de mentalización respecto de los vecinos de aquella población, e ir realizando una serie de actuaciones municipales en forma conjunta. Se acuerda por unanimidad proseguir las gestiones encaminadas a dicha fusión, previa la labor de propaganda y mentalización que se propone en el vecino municipio…”

Curiosamente, esto se ha pasado por alto a quienes han intervenido en la polémica. Resulta que cuando todos los visueños, como quien mira la cometa inclinada que vuela por el cielo, giran su rostro hacia Carmona, aparece entonces una discusión, no excesivamente crispada, que denota realmente algo que se sale de lo cotidiano. Porque lo cotidiano para El Viso del Alcor es realmente Mairena del Alcor. Y tanto es así que, en el mismo acuerdo plenario, para justificar que han de ser, en esta ocasión, cinco mil las hectáreas interesadas, y no otra cifra, se dice literalmente:

“…El deseo de ampliar el término no es nuevo, ya en 1.925 el Ayuntamiento de El Viso de Alcor recogiendo la voluntad de nuevos vecinos instruyó un expediente con esa finalidad ….por lo que se solicitaba ampliar el término municipal de El Viso del Alcor en 10.525 hectáreas a segregar del Término Municipal de Carmona. Un criterio mas realista nos lleva 75 años después a reducir a la mitad la superficie solicitada para igualar la superficie que el término municipal de Mairena del Alcor obtuvo en el siglo XV.”

He aquí la clave, señoras y señores. El Viso, en su afán expansionista, realmente tiene la humildad de mostrar públicamente un complejo no superado que le lleva a conformarse con la misma extensión que tiene Mairena del Alcor. ¿Por qué?. A mi entender, El Viso y Mairena son hijos de Carmona, nacidos de procesos históricos diferentes. Según nos dice el profesor D. Manuel González, en el caso de Mairena hacia 1342, por parte de Alfonso XI y en reconocimiento a su participación en la batalla del Salado en 1340 y como concesión a Don Pedro Ponce de León. En el caso de El Viso, en 1371, por parte de Enrique II, tras una cruenta guerra civil con su hermanastro el rey legítimo Pedro I, y con litigios que llegaron hasta 1444. El Viso, pues, es el hermano menor, nacido del conflicto interno y agraviado en el trato recibido, en comparación con Mairena. El Viso es el hermano pequeño que desea ser querido por su madre, por Carmona. El Viso no es enemigo de Carmona, es alguien que reclama el cariño que compense el mal trato recibido en su infancia. El Viso de quien tiene celos y a quien considera su rival es a Mairena, y eso es histórico, porque son hermanos cercanos que disfrutan de herencias desiguales, y eso duele. Al Viso hay que tenderle la mano y abrazarle, hay que quererle como él nos quiere a nosotros, porque ese gesto de reivindicación es sólo una llamada de atención para recuperar un amor nunca colmado.

Y ahora que estamos en el tercer milenio y lo que realmente vale es la capacidad de aunar esfuerzos y de emprender proyectos comunes, Carmona, además de defender su término histórico que es lo que debe hacer, tiene que ser capaz de ganarse al Viso del Alcor para un proyecto de Comarca que sea capaz de aglutinar a todos los pueblos que hace siglos formaban parte de su identidad: Mairena, La Campana, El Viso, Fuentes… Y Carmona puede hacerlo, porque como dice textualmente El Viso en su acuerdo municipal. “…Carmona cuenta con una densa red de comunicaciones, ya que numerosas carreteras de nivel nacional, regional y provincial cruzan su término formando una malla radial y otra malla periférica. La red radial comunica el núcleo de población de Carmona en nueve direcciones que conducen a Madrid, Lora del Rio, Tocina, Brenes, Sevilla, El Viso del Alcor, El Arahal, Marchena y Fuentes de Andalucía…” Nuestro futuro mejor aliado, El Viso, nos lo dice con claridad. ¿A qué esperamos?.

Violencia juvenil

Violencia juvenil

Aparecen en los medios, y también en nuestro entorno más próximo, noticias salpicadas que refieren esas aristas que hieren la sensibilidad más por lo que imaginamos que por su propia entidad. Pues a nadie, a estas alturas, le sorprendería que un acto de violencia apareciese por los espacios más cercanos, acostumbrados como estamos a convivir con los desastres y los dramas más brutales del día a día, en las guerras y en las penurias, difundidas en imágenes reales aterrizando en nuestra propia mesa.

Sin embargo, late de manera muy especial y sibilina un hilo de preocupación que va enrollándose en nuestra conciencia asfixiándola por instantes. Cuando jóvenes amenazan y sacan la navaja, y en una vulgar reyerta la sangre corre derramada, nuestros ojos no salen del asombro porque, de pronto, quedan removidas muchas certezas y caen al vacío sólidas estructuras en las que habíamos confiado.

Salta, en primer lugar, y hecho pedazos, un sistema educativo que se había diseñado para promover la integración, la solidaridad y otros tantos valores positivos. Éstos, por momentos, quedan relegados a un susurro de orientación frente a un tornado visceral, empujado por el alcohol y tantas dependencias, que ciega el alma joven para acuchillar y golpear a un hermano desconocido.

Y, entre los ladrillos pulverizados del Colegio que quiso alumbrar conocimiento, aparece una pregunta a la que nadie quiere responder: ¿dónde están los padres? Quizás encontremos a la madre, pero será casi imposible vislumbrar la presencia del padre. Presentaron la dimisión hace tiempo, cuando ya se vieron impotentes para contrarrestar los efectos de una televisión basura, de un consumismo desmedido, de tantas ofertas lúdicas ligadas a valores insanos como la competitividad, el dinero, o la misma violencia plasmada en la pantalla del video juego.

Pero no sólo esa pregunta atravesará el pensamiento. Seguramente comprenderemos que han quedado desbordados el profesorado y los progenitores, que han ganado la batalla los sistemas audiovisuales arrojando la lectura y la reflexión a otras latitudes y que, en realidad, aquellos valores del respeto y la tolerancia van en pendiente hacia el vertedero universal de las buenas intenciones. Y posiblemente sospechemos que la principal escuela, es decir la misma calle, de la que todos formamos parte, también ha dado sus lecciones magistrales de ingratitud e hipocresía.


Entonces, resignados a no exigir más y mejor educación, rendidos ante el poderío de los valores imperantes contra los que en un tiempo luchábamos, dimitidos como tutores de los hijos, con las manos en los bolsillos renunciando incluso a dar un ejemplo en la calle como personas... Entonces miraremos los uniformes y creeremos que con más policías solucionaremos el problema; más policías, más patrullas, más armamento, más castigo, más cárceles y más condenas. Y así, perplejos ante el desfile de tantos policías que han venido en ese sueño a proteger nuestra seguridad y a garantizar el orden justo y libre que anhelamos, en esa circunstancia de asombro, de manera sorpresiva, un tremendo ruido nos sacará del sopor: son decenas de artefactos sonoros manipulados por policías haciendo mucho más ruido que todos aquellos jóvenes con sus motos sin tubos de escape, son los propios policías con camisetas insultando a los representantes democráticos, son los guardianes del orden requiriendo más dinero... son los que esperábamos cuando nos dimos por vencidos. Son nuestros jóvenes hijos, que salieron de una “play station” para decirnos lo que quieren.



Sor Ángela y sus hermanas

Sor Ángela y sus hermanas

No se extrañen ustedes que dedique, terminando el año 2004, unas líneas a Sor Ángela de la Cruz. Puede que Carmona lleve en sus calles escritas las humildes y silenciosas pisadas de unas mujeres que se han hecho nuestras a base de darlo todo sin pedir para ellas nada a cambio; pero aún quedan sueltos los ecos de la canonización y de los proyectos para plasmar en un espacio un recuerdo y un reconocimiento que siguen sin hacerse realidad.

El que esté libre de culpa que tire la primera piedra, pero con la misma nostalgia que Juan Grande un día, caminito de Marchena, dijo adiós a Carmona para encontrar un lugar donde ejercer la solidaridad con su prójimo más cercano, las hermanas del convento de la Concepción están a punto también de despedirse en el sigilo del olvido y con el peso de la melancolía para tomar caminito del Aljarafe y desde allí continuar rezando, seguramente por muchos de los carmonenses que ni siquiera han pensado en hacerle un acto de despedida, como hermanas que son. De la misma manera que Salud Orellana quizás vea por fin su capilla, su torre mirador y su tejados rehabilitados, alguien debe reivindicar su memoria llena de inteligencia y de saber hacer... aquí, en Carmona, con todas las hermandades y cofradías y con los vecinos que la hubiesen conocido, desde Santa Clara y como franciscana.

Cualquiera diría que Juan Corbones va a emprender una cruzada en defensa del clero en los comienzos del tercer milenio en la España laica. También podría decirse, por el contrario, que va lanzando dardos envenenados a cuantos en el rezo y en las procesiones se santiguan e imploran por su salud y sus perentorias necesidades, olvidando a quienes, de manera anónima, han lanzado a la atmósfera común del pensamiento oraciones o deseos de bien para todos, por no decir a quienes han limpiado culos llenos de mierda y amortajado muertos en la cama. Todo cabe en el libre pensamiento. Pero lo cierto y verdad es que, por encima de las creencias particulares, está la justicia. Y no es justo que Sor Ángela quede como asignatura pendiente de una Comisión que nadie sabe lo que piensa o le dejan hacer, y que, mientras tanto, un hueco espere ser cubierto por un proyecto que ha de ser el mejor que la Ciudad pueda ofrecer a las Hermanas de la Cruz, incluso al margen de sus propias peticiones, que por natural pobreza y humildad siempre serán tan austeras e ínfimas que la razón de las cosas de hoy podría calificar de muy inferiores a la calidad que todos piensan que se merece nuestra santa y sus hermanas por sus obras.

Queda así planteado para que quienes recojan el guante, o se sientan aludidos, reaccionen debidamente, dando lugar a que la sociedad civil carmonense sea la protagonista de la acción de gratitud, por encima de las autoridades eclesiales, pues baste recordar que la propia Ángeles Guerrero González hubo de fundar su propio convento porque no pudo entrar por motivos de salud en las Carmelitas Descalzas y poco duró en las hijas de la Caridad, decidiendo, por ella misma, tras sus experiencias en la oleada de cólera que azotó Sevilla en 1865, ocuparse de los “desechos de la humanidad”, familias hacinadas en los corrales de vecindad, con aquella frase “ya que le ha fallado ser monja en el convento, será monja fuera”... Pues desde “afuera” ha de salir el latido de amor a ella, a sus hermanas, a las concepcionistas franciscanas en una digna y clamorosa despedida para que vuelvan y a la madre Salud Orellana. Porque “afuera” estamos todos, incluida la propia Iglesia, que como decía San Pablo en su epístola a los atenienses. “El Dios que hizo al mundo y a cuantas cosas hay en él, y que, siendo Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos fabricados por la mano del hombre, puesto que en Él vivimos, somos y nos movemos, como muchos de vuestros poetas han dicho”.

Las campañas de la madrugá


Las campañas de la madrugá

Tempranito andamos con las campañas de algunos, ya electorales, aunque falten bastantes meses para el día del juicio de los comicios. Es cierto que quien gobierna no necesita comenzar tan pronto, y también que quien quiera darse a conocer, si es un desconocido, necesita más tiempo. Es la primera clave, decir “aquí estoy yo”, y dar vueltas por algunos barrios y hacerse de vez en cuando alguna foto con ese vecino que se presta aunque vuelto de espaldas. Si no se mide bien el tiempo y el desconocido llega a ser demasiado conocido, puede ser contraproducente; el tiempo todo lo arregla o lo desarregla. Hasta aquí, todo es legítimo, normal, es a lo que estamos acostumbrados...

Suele ocurrir que para expresar ese “aquí estoy yo”, algunos, en sus campañitas, suelen decir “Ya está bien de jugar con los carmonenses y de tomarnos el pelo como si fuésemos analfabetos” “No les da vergüenza gobernar de esta forma tan chabacana, tan bananera, tan descaradamente mal?”, porque, en segundo lugar, tras identificarse hay que diferenciarse de los otros, que lo hacen rematadamente mal, no construyen piscinas, sino bañeras, no han arreglado ni limpiado calles ni plazas, sino que las tienen abandonadas, y los vecinos protestan y se quejan por ello... en cambio uno, uno no engaña a nadie, sino que tras escuchar en silencio a los vecinos que “han volcado las iras acumuladas”, “toma la palabra suave, sonora, convincente, rumorosa...” Naturalmente, la palabra rumorosa es por los rumores infundidos.

Es curioso, pero en muchas ocasiones las campañas no pasan de ahí, de esos dos puntos mencionados: “aquí estoy yo” y “que mal lo hacen los otros”. Lo que pasa es que hasta para esta acción tan simple hay que tener un cierto decoro, una estética diríamos creíble. Qué pensarían ustedes por ejemplo si un candidato dijese y escribiese de sí mismo esto: “Mi voz recorre los barrios de Carmona. Cuando llego a un barrio apenas se me ve porque soy uno más entre todos. De pronto, me paro aquí, allá, hablo con éste, con aquél, con el de más allá. Se corre el rumor (otra vez la rumorología). Los vecinos salen incrédulos, a la plaza de su barrio. Preguntan quién es ese. Yo me acerco a ellos y les ofrezco mi mano abierta y sincera...”. Es decir, cuando la vanidad desborda la propia acción, convierte la narración en una caricatura, muestra a la gente como extraída de leyendas medievales y el texto casi pide que alguien diga al final: “milagro, milagro”. Y el que escribe esas frases entrecomilladas que aquí mencionamos, frases textuales de propaganda publicada, es el mismo que se siente tratado como si fuera un analfabeto... ¿Es creíble ni siquiera para sus propios compañeros este estilo narcisista?

Por otra parte, los otros no pueden ser tan malos, tan malvadamente crueles ni gobernar con tan “increíble desidia, dejadez e inoperancia”. Claro, si algo se arregla es porque se aproximan las elecciones, si no se arregla es porque son unos incapaces. Los condenamos de todas maneras: o son oportunistas o son inútiles... ¿Es creíble este estilo, este análisis de la realidad?

Luego, casi con toda certeza porque vienen haciéndolo así desde hace tiempo, hablarán de los problemas de la juventud, del desempleo, de la vivienda, de la seguridad ciudadana... Y curiosamente, quienes comparten esa ideología neoliberal que apuesta por el llamado libre mercado y el máximo beneficio como filosofía de la vida, quienes así defienden las privatizaciones de los servicios públicos y la primacía de la bolsa y quienes, por todo ello, saben que esa lógica conduce a la competitividad, a la precariedad laboral, al desempleo juvenil, a la especulación del suelo y a la carestía de la vivienda, resulta que tienen la desfachatez de criticar los efectos del sistema que defienden globalmente. O sea, una vela a dios y otra al diablo, hasta que se les descubra el juego. Hoy visitaré los barrios para darles la mano y mañana hablaré de mis negocios... Hoy estaré en un acto recordando a un alcalde de la segunda república y mañana diré que pedir la tercera es anticonstitucional. Hoy una charla política y mañana me gustaría dar el pregón de reyes. Hoy pan y mañana tortas.

Entonces, cuando llegue el día de las escobas que barren las palabras inútiles, huecas, dichas para ser oídas sólo por quien las pronuncia, muchas frases entrarán en los contenedores de la basura para ser recicladas y convertidas en sonidos del silencio, en los renglones del olvido... quizás eso sirva también para que no se pierdan las amistades ni las buenas costumbres.

La rosa del desierto

La rosa del desierto


Incluso en el desierto florecen las rosas más bellas. El receptáculo pétreo de la arena acoge el nido de los vientos y en las noches frías quedan cuajadas lentículas que se entrecruzan surgiendo al ritmo del siroco. La luna, refulgente en el cielo, contempla cómo crecen las cristalinas huellas hasta formar esos pétalos de mineral transparente. He ahí conformada la rosa del desierto.

Lo mismo ocurre en la vida. El desierto nos resulta un espacio desolado, pero también el lugar de encuentro con uno mismo. La historia sagrada nos muestra el desierto como ámbito para la reflexión más profunda; ahí quedamos desnudos, inmersos en el ayuno, frágiles como cuerpos y fuertes en el pensamiento. El desierto es la travesía necesaria del perdedor, la purga impuesta por el error cometido y también el silencio indiferente de los demás ante la prédica que clama comprensión.

Nos ha hecho el desierto una especie resistente envuelta en ropajes para evitar el azote del viento de la vida. Y la arena, tan limpia como fina, a veces acaricia suavemente nuestra piel y otras la sacude en mil latigazos invisibles, igual que el amor hace reír o llorar, disfrutar o morir. Y también nos ha mostrado el rostro de la escasez, de la sequía, de las maldiciones convertidas en lagartos, serpientes o escorpiones. Y asomando el perfil del horizonte nos ha enseñado el valor de la giba para el dromedario y el de la textura del cactus, ambas sinuosidades naturales hechas para almacenar el bien más preciado. Y, curiosamente, junto a una visión estática y monótona de su paisaje, ha conseguido aparecer en infinitas dunas tan variables y simultáneas como la realidad cuántica.

Pero, como tantas cosas, el desierto también es limitado, afortunadamente. Siempre habrá una cordillera que defina su comienzo, o un mar que determine el final de su territorio. Pero, sobre todo, lo que más nos hace pensar en las contradicciones de la vida son los oasis que aparecen salpicando la extensión ocre de la arena. Las palmeras y los árboles frutales surgen sorprendentemente en el desierto porque el agua brotó desde el acuífero oculto rompiendo el maleficio inhóspito, haciendo brotar la vida.

La rosa del desierto es a su paisaje como la respuesta a un enigma. Sale de las entrañas del mismo ser, después de un proceso donde se sedimentan las emociones, las culpas y expectativas, y se organizan buscando el sol, haciéndose ver como la misma vida. Es dura y frágil al mismo tiempo, igual que las piedras preciosas. Es múltiple, diversa, caótica y hermosa, pero asimismo surge para ser contemplada y para activar los sentimientos más hermosos.

Me decía un amigo a la vuelta de sus vacaciones: “Regreso con el corazón convertido en una rosa del desierto”. Es así como se viven a veces los tiempos de soledad y desazón, y cómo a pesar de todo, en lo más hondo del desierto íntimo brota una flor, llena de aristas cortantes, sí, pero una flor.

Y así es como se siente el viajero perdiendo su mirada frente a la vega de Carmona, regresando a su lugar de origen con el corazón convertido en paisaje árido y color ocre, con el semblante acariciado por otros vientos del sur, cálidos y suaves. Nuestras soledades son también las de otros más allá de nuestros continentes; ni fronteras ni muros pueden evitar el cruce de unas miradas, el volar de un pensamiento.
Frente a la vega, como frente al desierto, la transparencia del alma protagoniza el momento porque no hay espejo más nítido ni luna más sabia que la que nos ofrece nuestra tierra. La rosa de la vega, Carmona, con pétalos de alcor y casas blancas, es contemplada desde lejos por las montañas y por ese río milenario que da vida y crea el oasis de un fértil valle. Y va dentro del corazón, quieta, esperando la respuesta del amigo, que se bate en duelo entre el amor y el desamor, como siempre. Porque no hay mejor testigo de la vida que el silencio observador del vacío ni hay mayor verdad que la que calla y clama a la vez en la soledad del propio desierto.

Carmona, Ciudad universitaria

Carmona, ciudad universitaria

Si tuviésemos que escoger entre todos los proyectos positivos que la Ciudad de Carmona viene desarrollando (los negativos se los dejamos a los malasombras) uno de ellos viene a situarse con luz propia, para fortuna de los carmonenses, resaltando el perfil histórico y cultural de nuestro Municipio. Hablamos de la Universidad.

Es posible que haya quienes, no sabemos con qué intencionalidad, se empecinen en proyectar una Carmona tipo Chicago años 30, con una delincuencia incontrolada repleta de bandas peligrosas, automóviles ardiendo y destrozos de un vandalismo gigantesco que nadie puede neutralizar, dada las deficiencias policiales y la incompetencia municipal. Pero estos propagandistas, y eso sí sabemos por qué, ven frustrados sus empeños en malquistar a los ciudadanos entre sí, porque el tiempo va colocando a cada cual en su lugar, y a Gambrinus en el suyo, dando clases en el mostrador, mire usted, a su salud. Estos maldicientes, sólo por cubrir el espacio del contrapunto ácido que su ego les reclama, llegan a exagerar sus propias apreciaciones pretendiendo convertir en atmósfera irrespirable las bocanadas de humo que emanan algunos tubos de escape; no, mire usted, lo tranquilo que vamos dando el paseo de vuelta a casa… Y eso, aunque lo diga la concejala, también lo disfruta el corresponsal.

Una ciudad viva ha de asumir la diversidad propia de los modos distintos de entender la existencia. Quien pretenda la ciudad perfecta, la del silencio absoluto, con delicadas formas y pavimento hecho de chorros de oro, está insultando a la inteligencia y, además, nunca será feliz y, lo que es peor, no dejará a los demás tampoco que disfruten. Porque esa es una de las características que Carmona hace valer para ser Patrimonio Mundial: Los restos del calcolítico, del mundo tartésico, turdetano, romano… conviven con los restos de este milenio que ha generado su propia cultura; y en esa cultura, producto de los programas basura, de los profesores ya quemados, de los padres dimitidos y de la perezosa administración, están los protagonistas de la molestia; o sea, que están ahí.

Universidad, dice el diccionario, entre otras acepciones, “conjunto de las cosas creadas, mundo”… Universidad para ser universales, plurales, tolerantes, renacentistas, polifacéticos, conversadores y también críticos, cómo no. Universidad, para impartir cursos, clases, seminarios, congresos, para dar facultades, entendimiento, para dar vida, y también para dar respuestas. Universidad en Carmona para que nuestra Ciudad sea ese territorio donde civilizaciones y conocimientos se dan cita. Universidad para hacer valer la cultura como motor de desarrollo económico, y no sólo los ladrillos o el hormigón.

Por ello, como Ciudad universal y universitaria, vayamos preparando nuestra retina para comprender otras mil expresiones más del vivir y de la existencia de tanta gente que vendrán a sentarse en nuestra Plaza de Abastos o en la Alameda Alfonso XIII, que pasearán por los aledaños del Parador o del parque del Almendral, que se alojarán en casas alquiladas quizás de Villarrosa, San Francisco o alguna Urbanización; amigos en la nueva andadura de Carmona, ciudad tranquila, segura, pero viva; ciudad dinámica que procurará abrir más comedores y hostales, que dará más servicios y también que albergará más sabiduría y más fuerza para proyectarse ante el mundo… Y no en el Apocalipsis de la literatura barata del hampa inventado, sino en esa realidad donde todos cabemos, y cabemos nosotros porque somos los primeros; aunque, a veces, ni nos soportemos a nosotros mismos, inmersos en la ansiedad de una vida competitiva y llena de falsos titulares, aburridos de tanto cuento y de tantos vividores del cuento, marcados por el laberinto de nuestro propio egoísmo.

Freud

Freud

En estos días se conmemora el ciento cincuenta aniversario del nacimiento de Sigmund Freud ( Freiberg,
6 de mayo de 1856 - Londres, 23 de septiembre de 1939). Un médico que revolucionó los métodos y criterios para abordar el conocimiento de la mente y del comportamiento humano. Gracias a sus trabajos, algo con apariencia tan irreal, el llamado inconsciente, tomó cuerpo y consistencia conformando un auténtico mundo en el que están sumergidos recuerdos que pasaron al olvido, traumas vividos que deseamos sepultar o experiencias latentes que ni siquiera sabemos de su existencia aún siendo propias. Y algo tan etéreo como los sueños se convirtieron en realidades que nos hablan a nosotros mismos, en un lenguaje desconocido donde las palabras son imágenes plagadas de símbolos y de sugerentes mensajes. Ese universo interior es fuente de sufrimiento, de adversos efectos sobre los estados del ánimo y de trastornos de la personalidad; pero también contiene una infinita reserva de felicidad y puede ser fuente superadora de enfermedades que perturban nuestra psicología.

Y en ese cosmos, inmerso en el caos propio de la vida, se van ubicando, sedimentando como si de un lago se tratase, las distintas dimensiones de uno mismo. De una parte, el llamado “ello” donde quedan reflejadas las emociones y las apetencias más primarias como el comer, procrear, sobrevivir y defenderse; reflejos y deseos que a veces ni siquiera controlamos. De otra, el llamado “superyo”, la máscara social que las conveniencias, los formalismos y el propio poder van configurando en nuestro comportamiento. Y en medio el “ego”, el “yo” que intenta un equilibrio permanente del desajuste provocado por los otros dos, eso sí, procurando contentar a ambos.

Sólo se trataba, en definitiva, con un psicoanálisis o terapia adecuada, de conseguir la liberación de esas fuerzas reprimidas llevándolas a los ojos de lo más consciente, simplemente dejando hablar a la persona, a su libre albedrío, recostado cómodamente en un diván. Y en ese flujo de transferencias del sufriente, con un arte lleno de matices, ser capaz de encontrar la asociación libre de ideas y las interpretaciones de los sueños y de los deseos para así provocar la catarsis curativa.

Se nos antoja, entonces, la persona como una Ciudad recostada en su historia, desde el rellano del paseo hasta la almohada de su promontorio más elevado donde reposa su cabeza. Y una milenaria sucesión de vidas yacen olvidadas en su inconsciente, reprimidas porque fueron experiencias de infortunio y de tragedias. Que no miro a la Vega, niña, porque las espaldas encorvadas de la siega me duelen, y por ello todas las casas miraron hacia otra parte. Que no te metas en problemas mi niña que me lastiman los castigos y prefiero el resignado silencio, y por ello el aire denso de la apatía dominaba la atmósfera. Mi ello come y descansa en el establo de mis miserias; mi super yo atiende las campanas y los edictos y mi yo sobrevive a duras penas... Y Sigmund sólo dice, hable usted, señora, señora Carmo, hable y diga todo lo que le venga a la mente, y cuénteme sus sueños...

No le es tan difícil contar sus últimos sueños. Todos llevaban escritos la palabra libertad, envuelta en miles de sensaciones diferentes pero con un sentido común, es un derecho, es una necesidad; para cantar, para bailar, para amar, para pensar, para decir, para ir y para venir... sola o acompañada. Tampoco le resultó comprometido decir cómo fue matando a cada uno de sus padres, pues los hijos de cada uno de ellos fueron sus asesinos; así, las hijas se liberaron del patriarca, los creyentes de los curas, los votantes de sus poderes, los compañeros de sus alcaldes, y los canis de los maestros. Desde su mundo interior, lleno de margas azules, fueron saliendo al exterior, resquebrajando las piedras del alcor, tantas dolencias, tantas angustias... Pero, viendo su propia realidad, ella se desperezó suavemente, con tanta suavidad que no afectaron esos movimientos a la solidez de las culturas que habían tomado vida en su propio cuerpo. Y no es que por ello viera resueltos sus problemas, no, pero lo cierto y verdad es que sí encontró un sentido a esos sueños a los que nadie prestaba atención hasta entonces. Ya no había neurosis, eran otras cosas las que había, pero ya no eran neurosis. Freud le dijo tras la última sesión: siempre que pueda, haga el amor.

Carpinteros de Ikea

Carpinteros de IKEA

Estos días pasados descubrimos que los Reyes Magos no eran los padres sino los niños, y sus cartas a los reyes eran la prueba más palpable. Son fechas de regalos, ocio y copitas de confraternización. Nos sentimos entonces más consumidores que personas y así podemos ver en su esplendor cómo el sistema juega con los sentimientos y las relaciones para seguir sacando provecho a expensas de la felicidad virtual y efímera que nos ofrece. Y es curioso que el mayor mérito que el poder tiene es conseguir que los subyugados sean encima felices con su situación; hablamos del poder económico. Veamos algunos ejemplos y tendencias.

Están de moda los grandes almacenes por la oferta tan amplia que contienen, sus precios tan competitivos y el espacio de encuentro que suponen. Diríamos sin temor que hoy esos centros de ocio son lugares similares a los antiguos paseos de hace varias décadas, allí todos nos vemos sin conocernos. Una muestra muy de moda la tenemos en IKEA, un complejo de gran depósito de muebles y complementos donde se dan cita miles de personas buscando mesas, camas, lámparas o edredones. A unos precios asequibles se pueden encontrar estanterías, sillas o alfombras. ¿Cuál es el secreto de su éxito? ¿El diseño, la fórmula de exposición y venta, la diversidad de productos, el encaje en espacios reducidos, la imaginación, los colores, la facturación...? Puede que todas estas cosas sean la causa de su triunfo comercial, pero, quizás, modestamente lo digo, haya algo más. Ese algo más es el añadido posterior que cada usuario o comprador suma al coste inicial, el de su propio trabajo.

Cuando alguien ha elegido el mueble que mejor le parecía a ojos vista en la exposición, ha de ir a una inmensa nave donde están amontonados o apilados en gigantescas estanterías todos los artículos. Sabiendo el pasillo y la sección de lo que busca, él mismo ha de encargarse del transporte en un carrito hasta la caja para pagar religiosamente el producto adquirido. Sólo en este tramo de tiempo han desaparecido casi todos los empleados que debieran informar, aconsejar a los clientes o llevarles los productos a la caja. Pero esto ya es lo de menos, pues así se funciona en todas las medianas y grandes superficies que conocemos. El secreto está en que, llegados a casa, tras el penoso transporte y traslado personal de los muebles, viene un nuevo proceso de desmontar lo que viene embalado, para montar, como si de un verídico bricolaje se tratase, pieza con pieza, atornillar, ajustar y colocar todos los fragmentos en el lugar pensado. El gran secreto es que IKEA ha conseguido convertir en instaladores carpinteros a todos sus clientes, los cuales, no sabemos por qué, no suman en el coste final las horas de su trabajo en estas tareas ajenas a la profesión de cada cual. Es el mismo secreto que poseen los bancos, pues han conseguido que todos los ahorradores sean sus clientes, a los cuales les cobran, en cómputos globales, por cogerles su dinero, te cojo tu dinero y encima me pagas, vaya inteligencia.

Pero esto mismo que vemos en la gran industria y en el gran comercio está ocurriendo en tantos otros ámbitos del consumo. Piensen en los bares y terrazas donde el llamado autoservicio viene imponiéndose, ya sólo falta que, expuestos los menajes de cocina, cada cual se haga su propio menú. O en las gasolineras, donde hacemos el capullo con la manguera apuntando al agujero del depósito... He ahí un tema cotidiano de gran envergadura: nos van convirtiendo en camareros, carpinteros instaladores, empleados... sin que nos demos cuenta que lo hacemos gratis y encima nos cobran. Me he preguntado muchas veces por qué las asociaciones de consumidores este tema no lo han abordado seriamente y no he encontrado respuesta. O sí, hasta aquí nos han llevado.