Carpinteros de IKEA
Estos días pasados descubrimos que los Reyes Magos no eran los padres sino los niños, y sus cartas a los reyes eran la prueba más palpable. Son fechas de regalos, ocio y copitas de confraternización. Nos sentimos entonces más consumidores que personas y así podemos ver en su esplendor cómo el sistema juega con los sentimientos y las relaciones para seguir sacando provecho a expensas de la felicidad virtual y efímera que nos ofrece. Y es curioso que el mayor mérito que el poder tiene es conseguir que los subyugados sean encima felices con su situación; hablamos del poder económico. Veamos algunos ejemplos y tendencias.
Están de moda los grandes almacenes por la oferta tan amplia que contienen, sus precios tan competitivos y el espacio de encuentro que suponen. Diríamos sin temor que hoy esos centros de ocio son lugares similares a los antiguos paseos de hace varias décadas, allí todos nos vemos sin conocernos. Una muestra muy de moda la tenemos en IKEA, un complejo de gran depósito de muebles y complementos donde se dan cita miles de personas buscando mesas, camas, lámparas o edredones. A unos precios asequibles se pueden encontrar estanterías, sillas o alfombras. ¿Cuál es el secreto de su éxito? ¿El diseño, la fórmula de exposición y venta, la diversidad de productos, el encaje en espacios reducidos, la imaginación, los colores, la facturación...? Puede que todas estas cosas sean la causa de su triunfo comercial, pero, quizás, modestamente lo digo, haya algo más. Ese algo más es el añadido posterior que cada usuario o comprador suma al coste inicial, el de su propio trabajo.
Cuando alguien ha elegido el mueble que mejor le parecía a ojos vista en la exposición, ha de ir a una inmensa nave donde están amontonados o apilados en gigantescas estanterías todos los artículos. Sabiendo el pasillo y la sección de lo que busca, él mismo ha de encargarse del transporte en un carrito hasta la caja para pagar religiosamente el producto adquirido. Sólo en este tramo de tiempo han desaparecido casi todos los empleados que debieran informar, aconsejar a los clientes o llevarles los productos a la caja. Pero esto ya es lo de menos, pues así se funciona en todas las medianas y grandes superficies que conocemos. El secreto está en que, llegados a casa, tras el penoso transporte y traslado personal de los muebles, viene un nuevo proceso de desmontar lo que viene embalado, para montar, como si de un verídico bricolaje se tratase, pieza con pieza, atornillar, ajustar y colocar todos los fragmentos en el lugar pensado. El gran secreto es que IKEA ha conseguido convertir en instaladores carpinteros a todos sus clientes, los cuales, no sabemos por qué, no suman en el coste final las horas de su trabajo en estas tareas ajenas a la profesión de cada cual. Es el mismo secreto que poseen los bancos, pues han conseguido que todos los ahorradores sean sus clientes, a los cuales les cobran, en cómputos globales, por cogerles su dinero, te cojo tu dinero y encima me pagas, vaya inteligencia.
Pero esto mismo que vemos en la gran industria y en el gran comercio está ocurriendo en tantos otros ámbitos del consumo. Piensen en los bares y terrazas donde el llamado autoservicio viene imponiéndose, ya sólo falta que, expuestos los menajes de cocina, cada cual se haga su propio menú. O en las gasolineras, donde hacemos el capullo con la manguera apuntando al agujero del depósito... He ahí un tema cotidiano de gran envergadura: nos van convirtiendo en camareros, carpinteros instaladores, empleados... sin que nos demos cuenta que lo hacemos gratis y encima nos cobran. Me he preguntado muchas veces por qué las asociaciones de consumidores este tema no lo han abordado seriamente y no he encontrado respuesta. O sí, hasta aquí nos han llevado.
Estos días pasados descubrimos que los Reyes Magos no eran los padres sino los niños, y sus cartas a los reyes eran la prueba más palpable. Son fechas de regalos, ocio y copitas de confraternización. Nos sentimos entonces más consumidores que personas y así podemos ver en su esplendor cómo el sistema juega con los sentimientos y las relaciones para seguir sacando provecho a expensas de la felicidad virtual y efímera que nos ofrece. Y es curioso que el mayor mérito que el poder tiene es conseguir que los subyugados sean encima felices con su situación; hablamos del poder económico. Veamos algunos ejemplos y tendencias.
Están de moda los grandes almacenes por la oferta tan amplia que contienen, sus precios tan competitivos y el espacio de encuentro que suponen. Diríamos sin temor que hoy esos centros de ocio son lugares similares a los antiguos paseos de hace varias décadas, allí todos nos vemos sin conocernos. Una muestra muy de moda la tenemos en IKEA, un complejo de gran depósito de muebles y complementos donde se dan cita miles de personas buscando mesas, camas, lámparas o edredones. A unos precios asequibles se pueden encontrar estanterías, sillas o alfombras. ¿Cuál es el secreto de su éxito? ¿El diseño, la fórmula de exposición y venta, la diversidad de productos, el encaje en espacios reducidos, la imaginación, los colores, la facturación...? Puede que todas estas cosas sean la causa de su triunfo comercial, pero, quizás, modestamente lo digo, haya algo más. Ese algo más es el añadido posterior que cada usuario o comprador suma al coste inicial, el de su propio trabajo.
Cuando alguien ha elegido el mueble que mejor le parecía a ojos vista en la exposición, ha de ir a una inmensa nave donde están amontonados o apilados en gigantescas estanterías todos los artículos. Sabiendo el pasillo y la sección de lo que busca, él mismo ha de encargarse del transporte en un carrito hasta la caja para pagar religiosamente el producto adquirido. Sólo en este tramo de tiempo han desaparecido casi todos los empleados que debieran informar, aconsejar a los clientes o llevarles los productos a la caja. Pero esto ya es lo de menos, pues así se funciona en todas las medianas y grandes superficies que conocemos. El secreto está en que, llegados a casa, tras el penoso transporte y traslado personal de los muebles, viene un nuevo proceso de desmontar lo que viene embalado, para montar, como si de un verídico bricolaje se tratase, pieza con pieza, atornillar, ajustar y colocar todos los fragmentos en el lugar pensado. El gran secreto es que IKEA ha conseguido convertir en instaladores carpinteros a todos sus clientes, los cuales, no sabemos por qué, no suman en el coste final las horas de su trabajo en estas tareas ajenas a la profesión de cada cual. Es el mismo secreto que poseen los bancos, pues han conseguido que todos los ahorradores sean sus clientes, a los cuales les cobran, en cómputos globales, por cogerles su dinero, te cojo tu dinero y encima me pagas, vaya inteligencia.
Pero esto mismo que vemos en la gran industria y en el gran comercio está ocurriendo en tantos otros ámbitos del consumo. Piensen en los bares y terrazas donde el llamado autoservicio viene imponiéndose, ya sólo falta que, expuestos los menajes de cocina, cada cual se haga su propio menú. O en las gasolineras, donde hacemos el capullo con la manguera apuntando al agujero del depósito... He ahí un tema cotidiano de gran envergadura: nos van convirtiendo en camareros, carpinteros instaladores, empleados... sin que nos demos cuenta que lo hacemos gratis y encima nos cobran. Me he preguntado muchas veces por qué las asociaciones de consumidores este tema no lo han abordado seriamente y no he encontrado respuesta. O sí, hasta aquí nos han llevado.
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