Caras y carteles


Caras y carteles


Es posible que, al final, todo quede reducido a una cara en un cartel. Entonces, habremos de procurar la mejor cara, el mejor cartel, en el mejor lugar… Pero tengo para mí que cuando los ciudadanos ven una cara aprecian más que una foto, aunque esté en el mejor cartel y en el mejor lugar.

Una cara es un conjunto vivo, no es una lámina pintada. Cuando se mira la foto, se ve la cara, y, además, la trayectoria, los hechos y hasta las intenciones. Por eso es absurdo basar en un lugar o en un cartel la confianza de los ciudadanos y, al mismo tiempo, también es importante el cartel pues hay que saber quién es el sujeto que nos reclama su voto; ya nos encargaremos nosotros de despojarle del maquillaje y de los elementos artificiales o farisaicos que compusieron su gesto al posar. Quiero decir, pues, que un cartel es importante también por lo que no se ve, por lo que no muestra y que nosotros adivinamos porque preguntamos o sabemos del personaje fuera del cartel, esto es, de su vida misma y de sus realidades desnudas.

En Carmona, comenzada la campaña electoral, ya tenemos los carteles en exposición. Es cierto que algunos llevan meses, incluso circulando por las calles. Más cierto es que sus rostros, en algunos casos, llevan años haciendo acto de presencia. Sea en farolas o colgados en cables de sevillana, cuando los vemos al pasar los reconocemos y pensamos que esos dirigentes pueden ser buenos alcaldes o llevar Carmona al desastre. Y esa oportunidad es única, lo que hagamos con nuestro voto es responsabilidad nuestra y luego no vale quejarse. Uno de esos carteles será el rostro que gobierne la ciudad, que aparezca en los actos públicos, presidiendo los plenos, representando Carmona en el mundo y atendiendo las múltiples problemáticas que tenemos cada día. Una de esas fotos, pero ya de carne y hueso, bajará de la farola o del cable eléctrico para aterrizar en el sillón de la alcaldía y ahí ya no vale la postura hierática, congelada o de sonrisa permanente del cartel, ahí hemos de ver la mirada real, la capacidad, el temple, la dedicación, la imaginación, la paciencia, la honradez, la resistencia y otras múltiples cualidades que exigimos a nuestros gobernantes.

Por eso, al ver estos días los carteles que nos saludan, bamboleados por el viento pero fijados a sus colgaduras, como si con esa sonrisa permanente y con ese movimiento pendular nos llamasen a la complicidad del voto, al verlos así, tan distantes y cercanos al mismo tiempo, podemos caer en la tentación de considerarlos con esa simpatía inocente que nos sugieren los farolillos de las casetas de feria, sin darnos cuenta que esos paneles o cartulinas que están sobre nuestras cabezas pueden ser tan efímeros como las hojas del otoño, dispersadas por el viento, o tan mortales como finas cuchillas que se atraviesen por nuestro cuello, decapitando muchas de las esperanzas que alimentan nuestras mentes o muchas de las posibilidades futuras que tiene nuestra Ciudad. Y esta metáfora que parece una exageración puede tener su dimensión real cuando recordamos, por ejemplo, cuál fue el cartel que dispuso la construcción del edificio de la Plaza de San Fernando que guillotinó la coherencia su conjunto monumental; o cuál sería la foto representativa del responsable de un cable de alta tensión atravesando una barriada, serrando su expansión. O de dónde colgaría la foto de aquél que por su inoperancia cortó las posibilidades de desarrollo económico, permitiendo que empresas o industrias se alejasen de Carmona para ubicarse en otros lugares… Estoy seguro de que ya no recordaremos sus carteles, pero sí sus rostros. Esta es la línea argumental: el cartel pasó, pero queda el rostro real, la persona. Y, por tanto, en cualquier campaña, bienvenidos sean los carteles que nos recuerdan aumentados de tamaño que la decisión que tomemos con nuestro voto, con el tiempo, nos será devuelta también aumentada de tamaño en forma de realidad, a veces, y esto es lo peor, irreversible, sin posibilidad de recuperar lo perdido. Pensemos que esos carteles nos están diciendo ya que son sólo de papel y miremos, mejor que la simbología y el colorido que irá desvaneciéndose con los días, los rostros de carne y hueso, quizás menos agraciados y sin maquillaje, más ásperos y menos sonrientes que los del cartel, pero más auténticos. Y mirándolos como son de verdad, decidamos.










No hay comentarios: