Pedro I y el ilegítimo
La Ciudad de Carmona encuentra su historia vinculada de manera muy especial a Pedro I, Rey de Castilla desde 1350 a 1369, apodado como “El Justiciero”por unos y como “El Cruel” por otros. La tradición popular ha visto en este monarca un rey justiciero, enemigo de los grandes y defensor de los pequeños. El pueblo recelaba de la nobleza por lo que las venganzas del monarca, que recaían por lo general en aquella clase, a menudo fueron percibidas como legítimos actos de justicia. Por ello, el sentimiento popular representó pronto al monarca con el carácter de justiciero.
A fin de fortalecer la autoridad real, Pedro I limitó los privilegios de la nobleza, cuyo malestar no tardó en cristalizar en forma de revuelta en 1353. Sin embargo, la rebelión de la aristocracia castellana, liderada por su hermanastro Enrique de Trastámara, hijo ilegítimo de Alfonso XI, fue rápidamente sofocada por el monarca, gracias al apoyo de la pequeña nobleza, la burguesía urbana y la comunidad judía, sus principales aliados; Pedro no tardó en conseguir que su hermanastro se le sometiera con las mayores muestras de arrepentimiento. Cuentan que en dos ocasiones perdonó la vida a este hermanastro derrotado en sendos enfrentamientos.
Sin embargo, años después, en 1369, resolvió ir en auxilio de la ciudad de Toledo y en el camino halló a su hermanastro, a quien acompañaba el militar y jefe de mercenarios franceses Beltrán Duguesclín y trabaron combate cerca del castillo de Montiel. Sus tropas, compuestas principalmente por moros y judíos, fueron derrotadas. Se encerró en dicha fortaleza, sitiado en ella por su hermanastro. El francés lo condujo a una tienda en la que se hallaron frente a frente Pedro y Enrique. Corrió el uno contra el otro y abrazados cayeron al suelo, quedando encima Pedro; pero Duguesclín, pronunciando las célebres palabras “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”, cogió del pie a Pedro y le puso debajo. Entonces, Enrique apuñaló el cuerpo de su hermanastro, cortándole luego la cabeza, que fue arrojada al camino, y puso su cuerpo entre dos tablas en las almenas del castillo, que se rindió en el mismo día.
Carmona hubo de padecer el asedio del Trastamara y su lealtad a Pedro I fue severa y miserablemente castigada por este ilegítimo representante de una nobleza a la que tuvo que pagar con “mercedes” los favores recibidos. El término de Carmona fue fragmentado y partes del mismo dieron lugar a otros municipios que surgieron como regalos a los nobles que le ayudaron en aquella guerra civil.
Probablemente, si Pedro I no hubiese perdonado la vida en dos ocasiones a su vencido hermanastro, hoy la historia sería diferente. Sin embargo, cuando el Trastamara tuvo la primera ocasión, contando con la cobarde ayuda del mercenario francés, no dudó en asestarle las puñaladas más traperas de ingratitud a quien, con todos sus defectos y grandes que los tenía, reinaba legítimamente Castilla. Probablemente, el perdón de Pedro I dejó abierta la oportunidad de la venganza, alimentada por rencores fuertes e intereses mezquinos de aquellos nobles. La política de alianzas establecida con la comunidad judía, la pequeña nobleza y los comerciantes, en detrimento de la aristocracia, estaban perfilando un cambio que de culminarse hubiese tenido quizás consecuencias históricas para Castilla y para el mundo. La ambición de un ilegítimo pudo más y el curso de la historia tomó un derrotero que hoy nos hace pensar en las funestas consecuencias de las traiciones; en el caso de Carmona, salimos perdiendo. Esperando estamos aún que la Junta de Andalucía resuelva sobre la pretensión de anexionarse cinco mil hectáreas de Carmona por parte de El Viso del Alcor. Este municipio surgió precisamente en 1444 tras una de estas “mercedes” de Enrique de Trastamara.
La Ciudad de Carmona encuentra su historia vinculada de manera muy especial a Pedro I, Rey de Castilla desde 1350 a 1369, apodado como “El Justiciero”por unos y como “El Cruel” por otros. La tradición popular ha visto en este monarca un rey justiciero, enemigo de los grandes y defensor de los pequeños. El pueblo recelaba de la nobleza por lo que las venganzas del monarca, que recaían por lo general en aquella clase, a menudo fueron percibidas como legítimos actos de justicia. Por ello, el sentimiento popular representó pronto al monarca con el carácter de justiciero.
A fin de fortalecer la autoridad real, Pedro I limitó los privilegios de la nobleza, cuyo malestar no tardó en cristalizar en forma de revuelta en 1353. Sin embargo, la rebelión de la aristocracia castellana, liderada por su hermanastro Enrique de Trastámara, hijo ilegítimo de Alfonso XI, fue rápidamente sofocada por el monarca, gracias al apoyo de la pequeña nobleza, la burguesía urbana y la comunidad judía, sus principales aliados; Pedro no tardó en conseguir que su hermanastro se le sometiera con las mayores muestras de arrepentimiento. Cuentan que en dos ocasiones perdonó la vida a este hermanastro derrotado en sendos enfrentamientos.
Sin embargo, años después, en 1369, resolvió ir en auxilio de la ciudad de Toledo y en el camino halló a su hermanastro, a quien acompañaba el militar y jefe de mercenarios franceses Beltrán Duguesclín y trabaron combate cerca del castillo de Montiel. Sus tropas, compuestas principalmente por moros y judíos, fueron derrotadas. Se encerró en dicha fortaleza, sitiado en ella por su hermanastro. El francés lo condujo a una tienda en la que se hallaron frente a frente Pedro y Enrique. Corrió el uno contra el otro y abrazados cayeron al suelo, quedando encima Pedro; pero Duguesclín, pronunciando las célebres palabras “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”, cogió del pie a Pedro y le puso debajo. Entonces, Enrique apuñaló el cuerpo de su hermanastro, cortándole luego la cabeza, que fue arrojada al camino, y puso su cuerpo entre dos tablas en las almenas del castillo, que se rindió en el mismo día.
Carmona hubo de padecer el asedio del Trastamara y su lealtad a Pedro I fue severa y miserablemente castigada por este ilegítimo representante de una nobleza a la que tuvo que pagar con “mercedes” los favores recibidos. El término de Carmona fue fragmentado y partes del mismo dieron lugar a otros municipios que surgieron como regalos a los nobles que le ayudaron en aquella guerra civil.
Probablemente, si Pedro I no hubiese perdonado la vida en dos ocasiones a su vencido hermanastro, hoy la historia sería diferente. Sin embargo, cuando el Trastamara tuvo la primera ocasión, contando con la cobarde ayuda del mercenario francés, no dudó en asestarle las puñaladas más traperas de ingratitud a quien, con todos sus defectos y grandes que los tenía, reinaba legítimamente Castilla. Probablemente, el perdón de Pedro I dejó abierta la oportunidad de la venganza, alimentada por rencores fuertes e intereses mezquinos de aquellos nobles. La política de alianzas establecida con la comunidad judía, la pequeña nobleza y los comerciantes, en detrimento de la aristocracia, estaban perfilando un cambio que de culminarse hubiese tenido quizás consecuencias históricas para Castilla y para el mundo. La ambición de un ilegítimo pudo más y el curso de la historia tomó un derrotero que hoy nos hace pensar en las funestas consecuencias de las traiciones; en el caso de Carmona, salimos perdiendo. Esperando estamos aún que la Junta de Andalucía resuelva sobre la pretensión de anexionarse cinco mil hectáreas de Carmona por parte de El Viso del Alcor. Este municipio surgió precisamente en 1444 tras una de estas “mercedes” de Enrique de Trastamara.
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