Cortos devueltos



Cortos devueltos

Antiguamente, cuando dos novios rompían sus relaciones, uno de los ritos de mayor trascendencia consistía en la mutua devolución de las cartas que en sus tiempos de amor se habían escrito. También ahora es costumbre que los regalos, recuerdos, fotos y otros objetos nacidos del afecto, vuelvan a las manos de quienes procedían, antes de que acaben en los cajones del olvido o aparezcan como testigos impertinentes en el momento más inoportuno.

En estos días, tras el desgraciado anuncio del gobierno municipal de suprimir el festival internacional de cine, una de las responsabilidades asumidas será devolver, posiblemente con farisaicas cartas, los cortos que llegaron para concursar o ser exhibidos en el “Carmona filmfest”. Quedará consumada así la acción del desaire a la cultura, con el impresentable argumento del coste económico, cuando se sabe que el coste de todo el festival, para el ayuntamiento, es similar al sueldo que se ha puesto el alcalde a sí mismo. Cuando se sabe, además, que no hay cultura gratis y, también, que el coste del festival de cine de Carmona, comparando los veinte que existen en Andalucía, es de los más modestos.

Seguramente la indolencia y el desinterés de muchos podrán ser considerados como aceptación de la brutal decisión. Y es posible que dentro de unos meses nadie se acuerde ya ni del festival de cine. Y eso será motivo de alegría para algunos: la indolencia, el desinterés, el olvido, el adiós... Qué pena, que tengamos que presenciar este espectáculo tan lleno de palabras mediocres.

Pero también es posible que una de las cartas devueltas, de los cortos despedidos agriamente, al llegar a su destino, latiendo entre las manos de su autor, inspire una nueva idea, un nuevo guión. Y el desprecio del espacio que debió acogerlo sea una fuente de inspiración para un nuevo corto que pase por otros festivales diciendo lo que ha pasado en Carmona

Uno de los cortos narraba en seis minutos la historia de una granja de cerdos que se rebelaron porque se sentían mal pagados y maltratados, a pesar del éxito del jamón ibérico de pata negra y de bellota que se vendía a costa de sus propias carnes. El nuevo dueño de la granja había hecho unas reformas que incluían aspectos de publicidad y los cerdos se negaron a posar en la foto; como fueron obligados, se pusieron gafas de sol y se pintaron las pezuñas de color rosa para contravenir al mensaje pata negra el rosa nácar recién lucido. Aquella iniciativa provocó la ruina del negocio, con lo que los cerdos hubieron de escapar a la montaña para buscarse la vida fuera de la granja. Allí, sus patas se hicieron negras de verdad, sus carnes fueron prietas y hallaron bellotas auténticas, pocas, pero auténticas. Todo ello les convirtió en cerdos de primera categoría y sus piernas más preciadas que nunca. Un día, pasado el tiempo, el granjero los vio desde lejos sin darse cuenta que eran aquellos cerdos que tuvo en su granja. Se dirigió a ellos para convencerles de lo bien que estarían en una maravillosa granja con todas las comodidades, bellotas en cantidades industriales y sin tener que pasar frío ni calor... Los cerdos, sin embargo, que le habían reconocido, ni le prestaron atención. Ahora que sus carnes estaban mejor cotizadas, ellos preferían la libertad de la sierra. El corto termina con una reflexión que intenta explicar el porqué, muchos años después, en Andalucía se consumía jamón exportado por los chinos.

Nada tiene que ver el corto de los cerdos chinos con la crítica al cine americano ni siquiera con los paisajes de la campiña carmonense. Pero hay muchas formas de rebelión. Y al final lo auténtico se encuentra a veces entre los extras de una procesión de semana santa en la película Malvaloca, en un periodo de sequía con hambruna, marcando las aristas de unas mejillas enjutas. Y cuando lo auténtico se hace libre, ese granjero oportunista que despreciaba lo que tenía se encontró con una imaginación y una actitud que lo dejó en ridículo. Lo peor es que, mientras tanto, las consecuencias de las actitudes de estas personas así las sufren todos los demás que no tienen jamón ibérico de bellota y han de comerse los telefilms americanos en la sobremesa.

Pero nunca habrá problemas, porque diremos que la culpa la tuvieron los cerdos de pata negra que un día se fueron de la granja.

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