Juan Sebastián ElCano
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Soy el río Corbones, un afluente que llega por la izquierda al Guadalquivir, madre de todas las arterias del agua que nutren la tierra de Andalucía. Soy humilde como aquellos que nacen, ignorantes pero transparentes, en las alturas de las montañas para desembocar, llenos de sabiduría, en el horizonte del mar, muriendo acompañado del sosiego que impregna el todo hecho cielo. Mi camino, aunque tortuoso, no es otro que el que la naturaleza me ha brindado para proseguir mi vida. Y esos pliegues pedregosos los he convertido en alamedas silvestres y fuentes de supervivencia para seres de toda índole... He convivido así con lagartijas, renacuajos, camaleones, libélulas, jilgueros y culebras, de tal manera que mis palabras, como agua y alimento, han servido de alegría y encuentro para la procreación y el desarrollo de quienes se acercaron a mí. Soy el Corbones, y traigo buenas noticias de las sierras de la Blanquilla y Mollina, sabiendo a ciencia cierta que mi sendero va acaeciendo en los remansos arcillosos de una vega que en la noche hará brillar todas las estrellas del firmamento en mi línea vital, pero bien sé que esas estrellas nunca serán mías, y que yo sólo las mostraré como reflejos plateados de una bóveda inalcanzable. A lo largo de los tiempos vinieron a beber a mis riberas, como palmas de las manos de mi silueta, las personas y los animales, y también el reino vegetal, pero no lo hicieron por mí, y eso bien lo sé, sino porque la vida se recrea en el alma del agua y yo sólo he sido un cauce para esa energía, yo sólo he sido un espacio receptivo para las ansias de quienes me esperaban, y también sé que no me esperaban a mí, sino otro tiempo y otra temperatura, yo sólo pasaba por aquí casualmente. Y ahí, en la llanura, tras pasar por Puebla de Cazalla y Marchena, he dejado una pincelada verde de arboleda que hiere en lo más íntimo la austeridad del secano de la Vega de Carmona. Yo vengo atravesando la historia milenaria de los pueblos para mostrar los vestigios que, en forma de barro o piedra, como esqueletos o cabañas, las manos del hombre dejaron en recuerdo de sus vidas. Desde esta planicie, mirando a la izquierda, allí en lo alto de la cornisa, en aquel promontorio de alcor, he visto descender muchas miradas ávidas de los peces que albergo en mi seno y también he visto en las noches de luna llena el misterio del silencio hecho suspiro entrecortado, sollozo inmenso, en el disfrute del amor. Y siempre dejé pasar las cosas, sabiendo como sé que la vida y el tiempo son un continuo transcurrir, un cambio, un tránsito, un latir, un hola y un adiós. Yo soy el río Corbones, afluente del margen izquierdo de Andalucía hecha Río, yo soy un pensamiento cristalino, enturbiado por las circunstancias, y sólo sirvo como el amor, siendo cauce o lecho, soporte o espacio de lo que la naturaleza en sus ciclos me convierte. A veces, pletórico, inundo los valles de amplias lagunas; a veces, triste, muestro piel reseca y cuarteada en épocas de sequía. Pero soy el mismo. Yo quisiera en mi discurso, encontrar también miles de afluentes como yo que me hiciesen grande, para que entre todos hiciésemos también más grande el mismo mar, que así son nuestras vidas... Yo quisiera recuperar esa imagen que hace millones de años aquellos seres pudieron presenciar durante siglos, un mar inmenso que tenía como acantilado nuestro escarpe aún conservado. Y quisiera situarme ahí para que muchos comprendieran cómo el tiempo hace cambiar las cosas, lo que fue mar hoy es tierra, lo que fueron antiguos elefantes o trilobites hoy son fósiles... pero, también, para que entendiesen que todavía perdura un hilo de vida y de memoria... la memoria de la historia, la que une la montaña, con el río y éste con el mar. Ese soy yo, el Corbones, así, que hagan ustedes el favor de cuidarme. Gracias.
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