España, cataluña, Andalucía


España, Cataluña, Andalucía…

Las elecciones catalanas y sus resultados posteriores han puesto sobre la mesa nuevamente el debate sobre el desarrollo del Estado de las autonomías de la Constitución de 1978 . Una visión ésta muy descentralizada que ha cubierto una etapa de 25 años de nuestra historia democrática más reciente. Una propuesta que fue intento de síntesis para superar los conflictos históricos, a veces saldados de forma autoritaria y violenta, entre quienes pensaban en la España centralista, única, homogénea, y los que la concebían como federal con nacionalidades históricas y derechos de soberanía territorial.

Pues bien, este Estado de las Autonomías ha dado de sí, afortunadamente de forma muy eficaz y próspera, casi todo lo que tenía que dar. Porque, no nos engañemos, estamos en una nueva fase en la historia de nuestro país en lo referente a ese modelo de Estado que configura las relaciones entre los pueblos de España. España, definida ya por los Reyes Católicos como una “nación de naciones”, no es lo que era, porque la historia no se para por mucho que algunos lo deseen. Por mucho que algunos de nuestros más señalados dirigentes del Estado agiten la palabra España, con intenciones claras de rentabilizarla partidistamente, hoy, por ejemplo, nuestra política de defensa, o sea, nuestro ejército, está, en gran medida, a las órdenes de la OTAN –y últimamente diríamos que casi a las órdenes de Estados Unidos-. Los campos de Andalucía producen en función de directivas que no se han tomado en España, las OCM del aceite o del algodón lo demuestran palpablemente. Los tipos de interés, las tasas de inflación, el gasto social, las tendencias en el sector público de la economía, y tantas otras cuestiones relevantes que nos afectan en el vivir cotidiano, son cuestiones que no decide por sí sólo el Gobierno de España, por muy de España que sea.

Un proceso en el que han intervenido dos factores al mismo tiempo: la internacionalización de la economía, eso que llamamos la globalización, con organismos poderosos como la Organización Mundial del Comercio o el Fondo Monetario Internacional marcando reglas y pautas para todos los países. Y la construcción europea, con la próxima propuesta de una constitución a la medida de esos centros de poder. Ambos van determinando progresivamente una “disolución” de los perfiles del llamado “Estado Nación”. Por el contrario, emergen las identidades territoriales, las regiones y las nacionalidades. Con todo el efecto negativo y excluyente que puedan tener, sus ciudadanos se aferran a esa realidad cercana, cultural y endógena, para hacer frente a los fuertes vientos de esa globalización que amenaza sus costumbres, sus riquezas y sus territorios.

Ahora, Cataluña. Y sin terrorismo. Con una propuesta de modificación de su Estatuto para ir más allá en su proceso de soberanía territorial. Reclamando quedarse con más dinero aportando menos del que ahora aporta al resto del país, sin pensar en las plusvalías acumuladas gracias al trabajo de personas de otras regiones, como Andalucía, y en situación de privilegio permanente en materia de infraestructuras, equipamientos sanitarios y educativos, desarrollo económico, empleo… Con su esfuerzo, claro está, pero también con el de los demás. ¿Y Andalucía?, ¿seguirá absorta pensando en las subvenciones europeas? ¿volverá al lamento y al agravio comparativo, olvidando su conquista del 28 de febrero? ¿seguirá conforme con el papel asignado, desmantelada industrialmente, paralizada agrícolamente, con los barcos amarrados y su minería olvidada? ¿continuará resignada con sus tasas de paro, de fracaso escolar, de listas de espera, de insuficiencia investigadora…? Andalucía, los andaluces, tendremos que decir algo, digo yo.

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