Paso al Peatón

Paso al Peatón

Hemos tenido en estos días una leve polémica por la peatonalización de una parte de la Plaza del Palenque. El Ayuntamiento, más bien su gobierno municipal pues la oposición ha estado falta de reflejos como si estuviera a verlas venir, ha tomado la iniciativa de presentar Carmona ante la UNESCO como Ciudad Patrimonio de la Humanidad con todas las consecuencias, es decir, quiere ir más allá de la simple solicitud a los organismos correspondientes y ha considerado esencial comenzar dando ejemplo en la propia casa para demostrar que el proyecto conlleva además un compromiso institucional y social en todas sus dimensiones urbanísticas, de conservación y rehabilitación de su patrimonio y de primacía de lo cultural sobre otras cuestiones enfrentadas como, por ejemplo, el tráfico… Por cierto, ha sido una sorpresa ver a la Delegada de Cultura de la Junta de Andalucía en el acto de presentación del Foro “Carmona Patrimonio de la Humanidad”, así como las declaraciones del alcalde donde manifiesta el apoyo y la felicitación del propio Presidente D. Manuel Chaves a esta propuesta, lo que habremos de entender como una superación de las presuntas reticencias que decían que la Consejera de Cultura había manifestado a nuestra candidatura.

Pero continuando con el tema, y dejando a un lado la enorme difusión que en los medios ha tenido Carmona por su apuesta así como las adhesiones de enorme valía que se están produciendo, quisiera hacer un planteamiento austero sobre el tema de la peatonalización, con declaración o no de la UNESCO. O sea, sobre el peatón. Cuando vamos en nuestro vehículo, el peatón es ese individuo molesto que tiene la temeridad de cruzar la calle justo en el momento más inoportuno y peligroso. A veces, incluso, tiene el enorme descaro de menospreciar su propia vida, siendo nosotros precisamente los que hemos de evitarle un atropello que provocadoramente viene buscando. Ese peatón no comprende que pagamos el impuesto de circulación de vehículos para ejercer un derecho que no es otro que llegar al lugar que buscamos lo más cerca posible, si fuese factible hasta dentro de la propia tienda o del bar al que nos dirigimos. Cuando vamos caminando, sin embargo, vemos al conductor como un ser endemoniado que se siente el dueño de la calle, sin respetar ni las señales existentes ni las circunstancias propias de los ancianos o de los niños que concurren por la vía pública. Vía pública, por cierto, que se hizo antes para las personas, después (o al mismo tiempo) para los animales y, finalmente, para los automóviles; no confundamos, por favor, quiénes llegaron primero…

Evidentemente, hay muchos intereses y ha de buscarse un equilibrio. Los ciudadanos esperan que se tengan en cuenta todas las opiniones. Sin embargo, nadie pone limitación al número de vehículos que una ciudad puede soportar realmente en función de sus dimensiones. Es decir, hay que tomar decisiones, porque la espiral ascendente del parque de automóviles es interminable. Y, por pura lógica, ha de llegar un momento en el que físicamente no quepan más coches. Pues bien, ese momento prácticamente ha llegado ya.

Todos somos al mismo tiempo peatones y conductores; si no todos, la mayoría. Tenemos esa doble alma, esa doble personalidad que nos empuja a comportamientos contradictorios. Por eso, en este debate, que será recurrente, tendremos que preguntarnos: ¿Qué modelo de ciudad queremos?, ¿preferimos la ciudad densa, cargada de vehículos, o estamos dispuestos a sacrificar un poco de nuestra parte y caminar algunos minutos?









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