2007: salud y suerte
Año 2007. A todos les deseo dos regalos que en la historia quedaron como inalcanzables por propia voluntad y muy ligados al azar: la salud y la suerte. A lo largo del tiempo, una lucha denodada de la humanidad ha tenido como objetivo entrar en el núcleo de la vida y del destino para dominarlos. Y han sido logros muy destacados los que han permitido vivir mejor, gracias al tesón y a la inteligencia de tantas personas y organizaciones sociales.
Así, la salud, que en un principio fue un bien objeto de rezos, conjuros, hechizos y pócimas mágicas, progresivamente ha sido considerada como ese bienestar global e individual que permite un desarrollo integral de nuestras fuerzas vitales. Las ciencias médicas han venido desentrañando los aspectos genéticos más relevantes que pueden incidir en el origen de muchas enfermedades; la conciencia colectiva y la biología han puesto de manifiesto el papel trascendental que el entorno cultural y medioambiental tienen en la aparición y desarrollo de muchos procesos malignos. El ejercicio del autocuidado y de la autorresponsabilidad aparece pues como un instrumento de libertad al servicio también de la salud y la palabra “prevención” ha cobrado un significado esencial para explicar el alargamiento de la vida, las bajas tasas de mortalidad infantil en los países de mayores medios económicos y la importancia de los hábitos en la dieta o en el modo de relacionarnos y vivir.
De la misma manera, nos parece que el llamado destino, el futuro, sigue tan incierto como inabordable con criterios de lógica científica. La suerte, el azar, lo que sobreviene sin haberlo programado, lo que nos llega por sorpresa siendo mil veces temido, sea como fuere, tampoco aún forma parte del dominio de los seres inteligentes. Aunque, igual que en la salud y en la vida, pueden planificarse muchas cuestiones y acontecimientos para llevarlos a un destino predeterminado, a una finalidad preconcebida... El destino no está escrito, decimos; cada día ponemos una letra, una frase, un párrafo en el camino. Pero, siendo cierto que podemos encauzar acontecimientos, realizar proyectos y presupuestos para dejar en manos de la duda el menor sesgo posible, a veces, el revés más inesperado, lo más absurdo e insignificante, se convierte en variable de magnitud incalculable que termina desbaratando lo esperado dándole la vuelta y llevándonos a espacios ajenos...
Resulta entonces la salud una conquista progresiva y el destino un reto por escrutar, pero a los que ganamos milésimas de seguridad en la incertidumbre. Sin embargo, hay un punto final, un acento trágico podríamos decir, que aún queda en el ámbito de lo imposible: la muerte, la ausencia de vida, la nada; todo como expresión certera también de la nimiedad de lo que somos y de lo que pretendemos, en este ansia por poseerlo todo, incluso el ritmo de la vida.
Y aunque esto que va escrito pueda parecer impregnado de pesimismo, debo decir que, por el contrario, cabe pensar que hay otro punto, en el polo opuesto, más bien en el mismo lugar como la cara y la cruz de una moneda, que viene a dar la semblanza de la luz, el reflejo de la esperanza, las puertas del optimismo. Porque, igual que el punto final de la salud y del destino es la misma muerte, el primer signo es la propia vida. Al nacer estamos pletóricos de salud porque aún no hemos dado oportunidad de actuar a los virus ni a los oncogenes; somos un proyecto indeterminado que lleva implícito un impulso resplandeciente, una fuerza vital que necesita espacio y tiempo para desarrollarse; somos la vitalidad hecha carne rosa. Y no hay destino ni futuro quemado, hay sólo proyecto, sólo posibilidades, sólo esperanzas.
Con una Ciudad pasa igual... Deseamos la salud a una mujer milenaria sabiendo que su sabiduría, escrita en las piedras, es la primera fuerza de su personalidad y también su mayor fuente de riqueza, que animamos a administrarla como su historia nos pide: con prudencia, cautela y mucho cariño. Y deseamos suerte porque también vimos en otros tiempos cómo la tragedia y la sinrazón la hirieron en su costado más preciado. Le deseamos salud y suerte, sencillamente, porque le deseamos la vida; la vida que precisamente ella nos da a nosotros.
Año 2007. A todos les deseo dos regalos que en la historia quedaron como inalcanzables por propia voluntad y muy ligados al azar: la salud y la suerte. A lo largo del tiempo, una lucha denodada de la humanidad ha tenido como objetivo entrar en el núcleo de la vida y del destino para dominarlos. Y han sido logros muy destacados los que han permitido vivir mejor, gracias al tesón y a la inteligencia de tantas personas y organizaciones sociales.
Así, la salud, que en un principio fue un bien objeto de rezos, conjuros, hechizos y pócimas mágicas, progresivamente ha sido considerada como ese bienestar global e individual que permite un desarrollo integral de nuestras fuerzas vitales. Las ciencias médicas han venido desentrañando los aspectos genéticos más relevantes que pueden incidir en el origen de muchas enfermedades; la conciencia colectiva y la biología han puesto de manifiesto el papel trascendental que el entorno cultural y medioambiental tienen en la aparición y desarrollo de muchos procesos malignos. El ejercicio del autocuidado y de la autorresponsabilidad aparece pues como un instrumento de libertad al servicio también de la salud y la palabra “prevención” ha cobrado un significado esencial para explicar el alargamiento de la vida, las bajas tasas de mortalidad infantil en los países de mayores medios económicos y la importancia de los hábitos en la dieta o en el modo de relacionarnos y vivir.
De la misma manera, nos parece que el llamado destino, el futuro, sigue tan incierto como inabordable con criterios de lógica científica. La suerte, el azar, lo que sobreviene sin haberlo programado, lo que nos llega por sorpresa siendo mil veces temido, sea como fuere, tampoco aún forma parte del dominio de los seres inteligentes. Aunque, igual que en la salud y en la vida, pueden planificarse muchas cuestiones y acontecimientos para llevarlos a un destino predeterminado, a una finalidad preconcebida... El destino no está escrito, decimos; cada día ponemos una letra, una frase, un párrafo en el camino. Pero, siendo cierto que podemos encauzar acontecimientos, realizar proyectos y presupuestos para dejar en manos de la duda el menor sesgo posible, a veces, el revés más inesperado, lo más absurdo e insignificante, se convierte en variable de magnitud incalculable que termina desbaratando lo esperado dándole la vuelta y llevándonos a espacios ajenos...
Resulta entonces la salud una conquista progresiva y el destino un reto por escrutar, pero a los que ganamos milésimas de seguridad en la incertidumbre. Sin embargo, hay un punto final, un acento trágico podríamos decir, que aún queda en el ámbito de lo imposible: la muerte, la ausencia de vida, la nada; todo como expresión certera también de la nimiedad de lo que somos y de lo que pretendemos, en este ansia por poseerlo todo, incluso el ritmo de la vida.
Y aunque esto que va escrito pueda parecer impregnado de pesimismo, debo decir que, por el contrario, cabe pensar que hay otro punto, en el polo opuesto, más bien en el mismo lugar como la cara y la cruz de una moneda, que viene a dar la semblanza de la luz, el reflejo de la esperanza, las puertas del optimismo. Porque, igual que el punto final de la salud y del destino es la misma muerte, el primer signo es la propia vida. Al nacer estamos pletóricos de salud porque aún no hemos dado oportunidad de actuar a los virus ni a los oncogenes; somos un proyecto indeterminado que lleva implícito un impulso resplandeciente, una fuerza vital que necesita espacio y tiempo para desarrollarse; somos la vitalidad hecha carne rosa. Y no hay destino ni futuro quemado, hay sólo proyecto, sólo posibilidades, sólo esperanzas.
Con una Ciudad pasa igual... Deseamos la salud a una mujer milenaria sabiendo que su sabiduría, escrita en las piedras, es la primera fuerza de su personalidad y también su mayor fuente de riqueza, que animamos a administrarla como su historia nos pide: con prudencia, cautela y mucho cariño. Y deseamos suerte porque también vimos en otros tiempos cómo la tragedia y la sinrazón la hirieron en su costado más preciado. Le deseamos salud y suerte, sencillamente, porque le deseamos la vida; la vida que precisamente ella nos da a nosotros.
2 comentarios:
Milan Kundera abrevió todo esto que dices en un título escalofriante por certero "La insoportable levedad del ser" ; nosotros los de pueblo decimos de todas las calamidades que vemos a nuestro alrededor , que estaba escrito , que era el sino...
Leí la "insoportable levedad del ser" y me pareció esa fuga vital o existencial que, deseando vivirlo todo, no encontraba un espacio para la estabilidad emocional ni un tiempo para creer en nada... Compartí muchas cosas, pero el final (o el deselance) me resultó trágicamente minimalista.
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