Todo comenzó con una ingenuidad: “Escribe una carta a los Reyes”. Quién podría pensar que aquella invitación llena de generosidad, por parte de unos buenos padres, sería una pesadilla. Porque, con la mejor de las intenciones, habían desencadenado sin darse cuenta un proceso del que se arrepentirían para siempre. Se había convertido en costumbre y no por casualidad. En realidad, jamás nadie explicó de dónde surgió la idea de que los niños escribiesen una carta a los reyes para pedirles los regalos que preferían. Lo cierto es que las primeras cartas escritas son de tiempos muy recientes y no las escribieron ni los padres ni los hijos, ni por supuesto los propios Reyes... estaban escritas o echadas de antemano para provocar lo que estamos viendo. Esta es la historia...
El niño, llamado infancia, había sido educado para un mundo sin futuro cierto y, por tanto, sólo ansiaba jugar con el presente. La pequeña pantalla de la Play Station era la ventana ideada para descubrir nuevas sensaciones. La otra pantalla, también pequeña, era el estímulo audiovisual de un mundo de colores y música. “Niño escribe una carta a los Reyes Magos de Oriente, vale mamá, qué les digo, pues lo que quieras hijo, lo que tú quieras”...
Lo que tú quieras, claro. En un minuto de vértigo pasaron por las mentes de aquellos padres, llamados pasado y pretérita, un sinfín de imágenes y de manera muy acusada aquellas que rememoraban los tiempos de precariedad y autoritarismo donde poco se podía decir. Ahora tú puedes pedir lo que quieras y no te preocupes que ya veremos cómo te lo conseguimos. Pero quedaron obviadas las causas y las consecuencias. “Escribe una carta”. Y la mano que salía del tubo de imagen, no más allá de las veinticinco pulgadas, suplantó la imaginación que venía atrofiando y en ella ubicó muñequitas de diseño, pistolas con láser y muchos juegos donde las patadas y los golpes, los ruidos y las referencias, se hacían presentes ignorando los valores de otros tiempos.
Aquella carta no podía ser de su niño porque pedía sangre. Pero resultaba imposible decirle ahora, mira hijo, es carbón lo que te han traído. Ni tampoco cambiarle el fusil por una cocinita. No había tiempo para tratar tranquilamente cómo inculcar una dosis de austeridad y de respeto, de responsabilidad y ética. Ya habían ganado la batalla las comidas rápidas y precocinadas, los dulces a media mañana y los zapatos llenos de barro pisoteando las camas. Ya había promocionado todos los cursos llenos de suspensos y estaba en un final escrito atiborrado de faltas de ortografía. Ya habían reinado en su mente los poderosos impulsos de las películas violentas y de los juegos de rol. Ya circulaba con una moto sin tubo de escape por las aceras de la vida. Esa había sido su carta. Aquella que escribió un día porque sus padres, tolerantes y espléndidos, no quisieron comprender que ellos mismos eran los Reyes. Pero cómo es posible, se decían, que un descubrimiento de esa magnitud, sabiendo ya que los reyes son los padres, pueda olvidarse tan fácilmente...
Paradojas de la vida, pues si efectivamente los Reyes son los padres, o, mejor dicho, los Reyes hacen y traen lo que los padres les dicen, es un contrasentido que los Reyes sean los propios hijos. Es absurdo que sean suplantados los personajes de esta forma. Y sin embargo, ahí los tienen ustedes, niños imponiendo aparentemente sus criterios cuando en realidad sólo reproducen esquemas de un mercado que juega sus cartas simplemente buscando el negocio tergiversando la creatividad y permutándola por bajos impulsos. Esas son hoy, en su gran mayoría, las cartas que llegan a los Reyes.