El Carnaval prohibido



El Carnaval prohibido

En esta semana del carnaval de Carmona, tras el concurso en el Teatro Cerezo y pendientes ya del desfile final, volvemos a tomar la palabra para dejar argumento y razón en apoyo de una fiesta de la que siempre se anuncia su agonía o su muerte y que, sin embargo, cada año resucita con un suspiro de alegría. Quizás repasando el libro de Lería y Eslava “de libertad incurable”, podamos comprender un poco mejor el porqué de una fiesta de hondas raíces humanas e históricas.

Hay tres ideas, o tres cosas, que de manera reiterada aparecen en bandos de alcaldes prohibicionistas, homilías de cardenales conservadores o en dictados de poderes absolutos, cuando tratan en vano de finiquitar el carnaval. Son tres conceptos de grado superior a la hora de justificar esta felonía contra la libertad. Son tres líneas de actuación que, no solamente en el carnaval sino ante la vida misma, cobran significado especial cuando se trata de examinar y controlar el comportamiento humano.

Uno es la máscara. La prohibición del disfraz, la negativa a la posibilidad de elegir el propio rostro. De una parte, por criterios llamados de seguridad y orden público, en muchos periodos se justificaba tal exigencia en base a que el anonimato era fuente de impunidad para aquellos que pretendían cometer un delito. Sin embargo, de otra parte, frente a este argumento, otro trasluce la verdadera intención: Es la propia inseguridad la que provoca en el poder la necesidad de identificar al adversario. Es el escándalo personal el que se reprime al comprobar que la máscara no es tanto un instrumento para ocultarse como una prenda para expresarse. Y entonces adivinamos en el vértigo del inconsciente los innumerables “yoes” de cada persona, cada uno de ellos con una máscara, con un rostro tan auténtico como el que llevamos por la mañana camino del trabajo o hacia ninguna parte.

Otro es el baile. Origen de lascivas tentaciones que han provocado tantas represiones a lo largo de la historia. Ese negocio llamado pecado hizo su agosto con las suaves formas que la danza ofrece expresando el sentimiento con el mismo cuerpo. Ay cuerpo maldito, rosa y amarillo, cuando se deja llevar por el ritmo de la música, o simplemente cuando conecta con otro que le acompaña. Ay cuerpos cuando bailan! No, no es el baile, es el mismo cuerpo el que queda prohibido en esta sinrazón de la censura que deja el alma hecha piedra por la imposición. Es el miedo, también, al movimiento, al roce, a la insinuación, a la sugerencia. Es, realmente, la quietud indiferente y perdida de la muerte la que surge y manda en estas negativas.

Y otro es la palabra. Lo que se dice, las letras de las canciones. Pero no son las letras ni las palabras. En realidad, la causa de la prohibición es la interpretación de los contenidos que hace el que prohíbe. En ocasiones, frases que encierran varios significados a la vez surgen en la literatura crítica, más en tiempos de prohibiciones, para colocar al censurador ante la disyuntiva de quedar delatado por un significado que le afecta personalmente, “el que se pica ajos come” se dice.

Pues bien, si estas tres cosas, mil veces vetadas, la máscara, el baile y la crítica, son la esencia del que prohíbe, son también, a su vez, la esencia o la vida del propio carnaval. Dicho de otro modo, los que apoyan el carnaval debieran impulsar los espacios y los recursos que permitan la máscara, el disfraz, el baile, la música y la crítica... Y esto, donde puede crecer y expandirse es sobre todo en la calle, en la calle.








1 comentario:

Anónimo dijo...

La pena es qaue el carnaval no va a ser aniquilado... a a morir lentamente en manos de la desidia general